La primera vez que comprendí el sentido de antes y después de Lo tenía tan solo cincuenta i seis años de i parece que fuese hoy (23/10/ 2024) cuando Volvía del instituto, en moto un 11 de abril y pasadas las diez i media un coche se cruzó en mi vida: saltándose un semáforo en rojo y llevándose por delante sabe Dios cuantas cosas. De pronto y tirado en medio de la carretera no podía moverme: solo atisbaba a no ver la sangre y los trozos de hueso atravesando la carne de mis piernas. Alguien, que en aquel momento caminaba por el paseo de los Almogávares (Sabadell) se acercó preguntándome no sé, i de que cosas, pues apenas podía yo distinguir nada: siquiera algunas formas con la vista. Todo era terriblemente confuso y lo único que pude apreciar no claramente fueron las sirenas: sirenas a un lado i otro rodeándome Y Luego i de la oscuridad — Homo liber cogitat / et ejus sapientia non tenebris sed lux meditatio est. → Un hombre libre piensa / y su sabiduría es meditación no en las tinieblas sino en la luz.
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Así, unas veces las encontramos como horribles monstruos marinos o terrestres que atormentan a los hombres; y otras, en un papel que resulta compasivo, piadoso con aquellas víctimas que lograron conmoverlas, personificando el alma tranquilizadora que comparte la tristeza de los vivos, después de haber sido un peligro para ellos. Pero al mismo tiempo, y esto no deja de ser curioso, las podemos encontrar como fieles protectoras de tumbas —contra las acometidas de los malos espíritus—. Luego está su origen, a priori atribuido a Forcis —el anciano del mar—; si bien, observamos otras posibilidades, sugeridas a partir de unas gotas de sangre caídas de la punta del río Aqueloo, en cuyo caso sus madres bien podrían ser varias: desde Gea, pasando por alguna de las tres musas: Melpomene, Caliope o Terpsicore. Por último, estaría su número, dos o bien tres, dependiendo del autor y que varían en función de la madre. En el caso de ser Melpóneme, sus nombres serían: Telxipea, Aglaope y Pesinoe; mientras que si su maternidad es atribuida a Terpsicore, sus nombres varían siendo: Parténome, Leucosia y Ligea. Pero de lo que no cabe duda, es que entre tanta vacilación, encontramos un bonito y sugestivo nombre —hoy profanado y hartamente manoseado hasta la saciedad— para describir unos seres “míticos” y fabulosos, de los que apenas sabemos nada. Inventadas, por la imaginación humana, nos dicen unos pero, quién puede afirmar, no haber escuchado jamás ―en los más profundo de sí― en momentos cuando el alma se encuentra sosegada, aquellas melodiosas voces seductoras por las que dejándonos llevar, nos hemos sentido hechizados y visto que nuestra alma era empujada.
«Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a su hogar; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor, enorme montón de huesos, de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, a fin, de que ninguno las oiga; mas si tú deseas escucharlas haz que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil. Y acaso, de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, atente, con más lazos todavía». «Homero — Odisea; Rapsodia XII»
Leyendo atentamente el fragmento de la traducción de la Odisea realizada, por L. Segala i Estaella y editada por la colección Austral —posiblemente una de las mejores transcripciones realizadas al castellano, dada su fidelidad literal— algunas inquietantes respuestas con relación a estos extraños seres, parecen emerger a la luz, surgidas de las palabras escritas hace milenios de la mano del genial Homero. Gracias a él y a modo de apercibimiento se nos revela una primera descripción, sorprendente, y no menos aterradora; quizá, un tanto somera, pero que ensancha el profundo mar de desconocimiento que de estos legendarios seres “míticos” poseen hoy día las personas. En cualquier caso —monstruos marinos y demonios alados para unos, o vírgenes protectoras de las almas para otros— la mitología nos recuerda, que podría tratarse de parientes próximos a Erinas y Arpías, ambas poseedoras una dilatada y endiablada leyenda negra marcada, por la desgracia y la tragedia y, que no debemos en ningún caso orillar. Por lo tanto y, observando la advertencia —por cierto a tener muy en deferencia— que la divina Circe “diosa de lindas trenzas” dedica al valeroso argivo «Odiseo» parecería obvio comprender —si damos pie a la leyenda entendiéndola por cierta— el motivo, por el que a lo largo de los siglos, no hemos tenido noticia de aquellos que se han aventurado a buscar ese lugar, insólito y remoto: desbordante de belleza y paz para unos; maldito, despiadado y despreciado por otros, que con sus encantadoras y sonoras voces habitan, protegiendo sin tregua y con desvelo, las incansables y melódicas sirenas. Los peligros, sufrimientos y miserias que aguardarían acechantes a cuantos partiesen en su busca serian dignos a tener muy en consideración y, pocos serian, quienes se atreverían finalmente a desafiar las advertencias. Por desgracia, la literatura o relatos existentes no nos hablan de aquellos que partieron un día, sucumbiendo, antes de regresar con alguna noticia de sus destinos y que dejaron pudriendo sus huesos y pieles al sol sobre soleadas praderas verdes, o colgados de abruptas paredes: en escarpados acantilados o en el fondo oscuro del mar. Sin embargo, y como cabría esperar, existen otras versiones —menos comentadas— que circulan entre algunos hombres: hombres de la mar y la montaña. Se trata de antiguos y curiosos relatos que, con el tiempo han formado parte de la leyenda y, de los que es muy complicado afirmar su veracidad. En todo caso, es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos y que guardan celosamente de desvelar a extraños. Solo la ingenuidad de quien pregunta puede abrir los labios sellados de quien protege su secreto. Entonces —abordo de un pesquero en alta mar o en el interior de inalcanzables refugios en las montañas, sobre heladas cumbres nevadas, cuando la nieve cubre los pasos y los hombres se reúnen arropados por el fuego— es, cuando se relata, no sin miedo, que sí: hay quienes un día partiendo con el grupo luego se perdieron, no sabiendo nadie de ellos durante semanas, meses o incluso años, llegando a dárseles por muertos: ahogados o perdidos en la tormenta. Sin embargo, un día volvieron, regresados quizá por la misma tempestad, portando aquellas mismas ropas que cuando se fueron; ropas raídas por el tiempo pero que, además, evidenciaban sufrimiento, miserias y penalidades si bien, quienes dicen que los vieron luego afirmaban, que al hablar con ellos, les parecían otros: personas muy distintas ya las que un día partieron y, que al ser preguntados sobre donde estuvieron jamás, lograron sonsacarles o que hablaran de ello. Como si un fiel juramento sellara sus labios para la eternidad y la vida, les fuese en ello. Tan solo se podía observar una delicada sonrisa y un brillo radiante de paz en su mirada que les delataba los rostros, magullados por el frio o la sal. Aquel brillo, decían los viejos, era el reflejo de quienes alcanzan un destino utópico a la razón, inimaginable al simple mortal, donde se encuentran todos los matices de la tierra. Un lugar, en el que la naturaleza (que gusta de ocultarse) se muestra al hombre y le hace partícipe de su grandeza, velada hasta entonces a sus sentidos. Ese lugar donde el hombre, solo después de mucho batallar, desafiando a la muerte y la propia vida puede alcanzar, la verdadera felicidad y paz: para con sus semejantes y consigo mismo.
Sin embargo, esa terrible ausencia de hechos confirmados y contrastados de noticias, acerca de aquellos valientes o locos desvariados, que arriesgando su vida, hubiesen partido hacia las verdes praderas; agudiza el talante mítico de tan asombroso lugar, pues, nos sugiere dos posibles opciones. Una, la mítica: «aquel que imprudente se acerca al lugar ya no vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo». La Otra, escéptica: «se trata de seres y lugares imaginarios: inventados por la mente humana y no habitan otro lugar que esta». Cabría entonces preguntarse: ¿Qué puede haber de cierto en todo ello? Evidentemente, recurriendo a la lógica y a la razón, una respuesta nos parece demoledora. Pero no seré yo, quien la manifieste o argumente. Bien saben las divinas Carites que de ello me guardare, como me he guardado del hambre o de la peste. Y al punto, viene observar esta otra advertencia, pues aquellos que ligeros emiten juicios de confianza se sienten colmados por las Sirenas y advirtiendo, al lector, de tomar a la ligera juicios, pues — desconoce de que poderosos motivos pueden llevar a uno a manifestar tal advertencia. Y, llegados a este punto, quizá, se deba de cada uno que intente atisbar: si encerrado entre el mito y la leyenda existe algo más, algo que podamos extrapolar a la realidad. Entiendo, por supuesto, que puede parecer una tarea complicada y reservada para quienes tras muchos años de estudios y formación ( no tienen ninguna clase de experiencia de aquello de lo que hablan tantas veces ) poseyendo el método, si, por nunca estando en el medio para ( del met6odo) bucear en la compleja dimensión en la que se muestran ( de las palabras) tan singulares textos cuando de estos uno se remite (pudiendo hacerlo desde estos hacia luego y de la propia experiencia después entender aquello (lo mismo algo de el)
Pero razonemos por un momento y, situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, las personas, los sentimientos. O mejor aún, reflexionemos, acerca del modo de expresarse de estos. Me viene a la memoria una vieja lectura; un ensayo de Borges “la poesía” en ella alude al Panteísta Irlandés Escoto Erígena quien, parece ser dijo, que “La sagrada escritura encerraba un infinito número de sentidos" comparándola con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real. Luego, de todos es conocido que los poetas, proceden por hipérbolas; pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la que ha entretejido el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, del tumulto de sus palabras se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones, todas posibles, pero de las que tan solo una permanecía latente en la mente del autor: “Su mensaje” o, en este caso “advertencia”. Así pues, la pregunta correcta, no sería ¿Qué son? sino, ¿Qué es aquello que representan? ¿A qué, se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de las sirenas? Pero no esperen que yo les de la respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo que cubre nuestras consciencias y ver más allá, es una tarea que incumbe individualmente a cada uno de nosotros: un ejercicio que deberemos realizar de modo intimista y personal. Ya resulta bastante embarazoso para mí, que tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente me embargan: voces, que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando, que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras. Lugares donde habita la fascinación y el encanto y, desde donde se escucha el sutil y melódico canto de vírgenes aladas que con pujanza, tiran de nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería tener que razonar, describir esas pasiones, que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa búsqueda y, más, hacerlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto, camuflado tras el fuerte viento, en la tormenta; sobre las altas cumbres o tras el rugido de olas que se estrellan furiosas contra las rocas, en solitarios acantilados; en el lamento, que exhala la nieve al crujir bajo las botas, cuando es pisoteada; en el monótono rumor del agua, que se advierte risueño, en primavera bajo los vapores de un diminuto arrollo escarchado. Cómo explicar esa necesidad de ir más allá, de seguir navegando caminando entre la tempestad de la inexperiencia cuando aparentemente delante no hay más que soledad y un intenso frío sin saber qué Parca en silencio aguarda .
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