Sobre la búsqueda de la felicidad—. Del saber antes mencionado —que somos impulsados— se deduce, igualmente, que toda búsqueda —por inocente o bien intencionada que parezca— es precedida por el deseo que la origina. «Deseo que es atributo y misma esencia del hombre» (Spinoza) y que, para reconocerlo, antes debemos saber que al sentirlo ya está en su mayoría, o en todas sus partes constituido, y por lo tanto, en nuestra consciencia obrando, en tanto, que nos condicionará pudiendo hacer nada para librarnos del tormento que nos causará, cuando no por mil veces deseado seguiremos tan lejos de alcanzarlo. Constituido he dicho, pero bien pudiera haber sido maquinado pues más parece la obra del diablo. Acaso un gusano forjado a partir del mismo génesis de la conciencia: un germen que eclosiona y toma su sustento, primero a partir de la propia extrañeza, más cuanto mayor sea la fijación, mayor será su alimento (que en parte la misma razón multiplica) y que irá en aumento igual que su necesidad, sostenida por uno o varios sentimientos. Necesidades, pero que bien pudieren no serlas y sí parecerlas, aunque —y al igual que ocurre con las obsesiones— jamás se verán estas, por completo satisfechas; llevando así al individuo a diferentes estados de conciencia donde se irá retroalimentando, lo que todavía no, pero ya se intuye impulso (potencial de la acción); hasta llegado el momento en que este se desata fraguando el deseo; deseo que habrá de tornarse inmediatamente en acción de la voluntad. Voluntad, esa voluntad que nos estimula y arrastra por desconocidos e intrincados laberintos hasta conseguir, no siempre, nuestra tan anhelada felicidad. Si bien, no son pocos aquellos que opinan, que esta felicidad podría no alcanzarse jamás; alegando, que “la felicidad es como el cielo: en ocasiones creemos estar en él, imaginando una realidad y, sin embargo, de inmediato advertimos que se trata de una ilusión temporal: una fantasía, que nos llena de desconsuelo, al comprobar instantes después que seguimos con los pies descalzos sobre el suelo”; o el mismo Kant (Fud. De la Metafísica de las costumbres) cuando decía, referido a aquella y su búsqueda por la razón, a saber: “En realidad encontramos que cuanto más se ocupa la razón cultivada del propósito de gozar de la vida y alanzar la felicidad, tanto más se aleja el hombre de la verdadera satisfacción, por lo cual muchos, y precisamente los más experimentados en el uso de la razón, acaban por sentir, con tal de que sean suficientemente sinceros para confesarlo, cierto grado de misología u odio a la razón” (Kant). Del mismo modo esta idea se desprende, sino igual de manera parecida, de los textos de Schopenhauer, en los que retomaba los estudios acerca de la felicidad, iniciados siglos atrás por Aristóteles; estableciendo, que dicha felicidad, así como la suerte de los mortales podría reducirse a tres condiciones básicas y fundamentales: lo que uno es, lo que uno tiene, y lo que se representa; refiriéndose, en este último caso al honor, la categoría y la gloria. Pero no se dejen seducir por lo que pretende ser un decano de los libros de “autoayuda”. Si bien, es cierto que aquel ilustre filósofo trato ampliamente el tema de la felicidad y de cómo acceder a ella, lo que verdaderamente se deduce, deducimos luego de su lectura, es la imposibilidad absoluta de esta, concluyendo: que el Arte del buen vivir es esencialmente un manual, en el que se desarrolla el complicado arte de sobrevivir en el mundo. Sin embargo, inteligente por nuestra parte sería, igualmente, no olvidar la advertencia surgida de aquella mente atormentada (dicen) y que abocaba a su dueño continuamente al pesimismo; pero cuya dimensión más crítica, se encontraba representada por una voluntad irracional aludida y ampliamente desarrollada en sus escritos, de los que se entiende nos previno, describiéndola: como una voluntad infinita, discorde y devoradora de sí misma. Una voluntad esencialmente que es desdicha y dolor «Pues ningún bien final saciará la avidez de ese genio del engaño —llamado voluntad— que encadena, la libertad y la independencia del intelecto (...) (…) no hay libre albedrío; en todos los casos, la búsqueda racional esta movida por los intereses de la voluntad, voluntad que jamás se ve saciada, y cuya única forma de liberación posible, para el hombre, es la total auto aniquilación de la misma». Con ello—dice Nietzsche (Mas allá del bien y del mal)— Schopenhauer, nos da a entender la voluntad, como la única cosa que nos es propiamente conocida —del todo y por entero— sin sustracción ni añadidura. Nos la describe en sí misma libre. Si bien, esta voluntad también puede, aunque, no sin esfuerzo promover en el hombre y para el hombre su propia liberación: siempre, que no perezca sometido a ella1→1 En el umbral del tratado de ética, que debe indicar el camino de la liberación humana de la voluntad de vivir, Schopenhauer se debate ampliamente con el problema de la libertad. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la voluntad si no es libre frente a ella, si es un esclavo de la voluntad misma? (Hist. Del pensamiento. Sarpe) Por lo que claramente se nos exhorta a renunciar a un cuarto aspecto, sugerido, pero no incluido junto en los anteriormente expuestos i-que, a mi modo de ver, es más relevante incluso que aquellos primeros. Me refiero, al que condiciona el destino y la felicidad de las personas en nuestro tiempo: entiéndase, no lo que somos, tenemos o representamos; sino aquello que desde el fondo más insobornable de nosotros mismos anhelamos ser.
“Asegurar la felicidad propia es un deber, al menos indirecto, pues el que no está contento con su estado, el que se ve apremiado por muchas tribulaciones sin tener satisfechas sus necesidades, puede ser fácilmente víctima de la tentación de infligir sus deberes”. ―Kant.
No hay comentarios:
Publicar un comentario