El Laberinto del minotauro y la paradoja―. Algunos refieren el lugar como un templo; otros hablan de un laberinto. Lo cierto, es que no se trata de un dédalo cualquiera, sino de un enorme santuario fortificado de sapiencia y erudición, en el que sólo contadas personas se adentran: llevadas, unas por la pasión, y otras sencillamente ―a través del cenagoso sendero de la existencia― viéndose arrastradas al mismo; donde una vez apresadas se verán condenadas a morar, por largo tiempo, sus lóbregas y mohosas galerías. Aun así, no es extraño encontrar a quienes, ingenuamente, penetran el templo que guarda la Esfinge y en el que habitan el minotauro y la paradoja. La razón ―ante una providencia tan indefinida― no es otra, que encontrar algo con que aligerar el pesado fardo que “por el hecho de ser hombre, todo hombre lleva consigo” y en el páramo demora su transitar; a la vez, que fustiga sus abatidas conciencias, cuando se impone ante ellos la perspectiva angustiosa de la aniquilación. En la marcha se les distingue fácilmente: pertrechados con un utillaje arcaico de nociones, con ellos viaja siempre la duda; en todo momento presta a interrogar, sobre aquellas cuestiones que más profundamente inquietan y, por qué no decirlo, a todos nos atormentan. Se trata de preguntas laberínticas, cuya complejidad es superior a cualquier discurso relativo a las mismas. Cuestiones estas, desde hace milenios envueltas en una densa niebla de desconocimiento por la que lentamente se ha estado abriendo paso la razón.
Hueras esperanzas alimentan el camino mientras el peregrino recopila cuanta más información, a la espera de alcanzar “esa gran falacia de nuestro tiempo”(a). Así, luego pasado un corto período tiempo resulta fácil comprobar, como todo ese saber extraordinario y acumulado en su transitar, no ayuda ni propone solución alguna a los innumerables males que atormentan el espíritu. Lo que antes parecía una extraordinaria guía: un modelo, para comprender los misterios de la existencia, pasado algún tiempo se manifiesta escrito en un lenguaje distinto: diríase que secuestrado e imposible de interpretar. El carácter, en ocasiones talmúdico que parecen adquirir algunos textos compromete, en gran medida, la ardua tarea de descifrarlos. Consecuentemente, las grandes preguntas, las grandes cuestiones del Ser permanecen ajenas al individuo; confiscadas, sino extraviadas en un laberinto, donde la angustia resulta de todas partes al comprobar, que podemos volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero jamás retornar sobre los propios pasos: «quien, sin estar obligado, intenta alcanzar el completo conocimiento prueba sin duda, ser audaz hasta la temeridad» (3). Tenemos por el laberinto tal curiosidad (4) que olvidamos el dolor y sacrificio que cuesta al hombre transitarlo. Y peor aún, es que «suponiendo que la razón del individuo perezca en fútil intento, este se encontrará ya tan lejos del entendimiento que jamás, podrán sus semejantes sentirlo ni comprenderlo (5). De modo, que todo ello no ha hecho más que acrecentar el prejuicio, ampliamente extendido―sobre todo entre “hombre común (11)” ― de que la filosofía no tiene nada que ver con ellos: con la realidad que acontece en sus vidas; que escrito entre esas líneas no existe un nexo con los deseos y necesidades intelectuales del aquellos, o incluso, con los de uno mismo. Sin embargo, en ocasiones los muros de ese complejo laberinto se derrumban ante aquel, que alcanzando el punto más bajo de sí mismo ha tocado fondo, reconociendo en el laberinto un camino sin salida; hallando así un hilo de luz por el que guiarse ante la angustiosa perspectiva, que habrá de resultar encontrarse sumido, palpando con las propias manos el abismo: tomando plena conciencia de aquello más absoluto. El precio a pagar, sin embargo, habrá sido elevado: soledad, sufrimiento y no pocas veces la locura, serán la moneda de cambio exigida por el Sr. Minotauro. Pues solo cuando la existencia muestra su más dramática figura, parece la mente derrotada entender lo que desde hacía tanto tiempo aquellos libros decían; entendiendo, no ya las palabras sino a las personas y, finalmente, comprendiendo que en el laberinto no hallará solución alguna sino las mismas preguntas, angustias y pesares que a lo largo del tiempo, los hombres se han planteado a sí mismos, cuestionándose, por el destino y fundamento de su propio ser. Finalmente, hallando la verdad encontraremos que no hay esperanza en ella; que “la verdad última significa muerte” (6) y su símbolo así nos lo anuncia (7): “pues en el anuncio de su verdad suprema, el cumplimiento de su esencia, el destino de la necesidad se conjuga en su desaparición. ¿Acaso el hombre desea la muerte aun cuando esta es la verdad, y no quiere alejarse de ella, en tanto que contribuye a la no verdad?” (8). “Cuando se percibe el fin se va más aprisa que el tiempo. La iluminación, decepción fulgurante, otorga una certeza que transforma al desengañado en liberado.” (9) que después, y más allá de la confusión total no siendo capaz de distinción alguna, logrará su salvación de la única manera posible: aferrándose a lo absurdo, a la inutilidad absoluta, a esa nada fundamentalmente inconsciente, cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida (10).“Toda filosofía no Valdrá una hora de dolor”. Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de Pascal, siempre, que he leído o releído a un filósofo. (E M Cioran).
__________________________
1 el engaño. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.
2. la verdad, que habrá de ser igualmente la muerte.
(a)Schopenhauer nos procura el recelo necesario frente a la idolatría del progreso, y frente a esa obsesiva búsqueda de la felicidad que es la gran falacia de nuestro tiempo. (Rafael Hernández Arias) Parerga y Paralípomena, Ed Valdemar (Pról. Pág. 16)
3. Jaspers, intr. a Nietzsche
4. Jaspers, intr. a Nietzsche 16,437
5. Jaspers intr. a Nietzsche 7, 49
6. Nietzsche
7. del Zaratustra
8. Nietzsche
9. E M Cioran
10. E.M.Cioran
11(así refiere Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres cap. 1 - sobre aquellos que son mas propicios a la dirección del mero instinto natural y no consienten a su razón que ejerza gran influencia en su hacer u omitir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario