-Acerca del trauma de la lucidez / Extraviarse en los tópicos-. «Conocimiento por conocimiento — ésa es la última trampa que la moral tiende: de ese modo volvemos a enredarnos completamente en ella». —Más allá del bien y del mal— (F. Nietzsche)
Hoy cuando las antiguas creencias están declinando y el final de las grandes síntesis se acentúa, un hambre manifiesta avanza peregrinando el mundo. Se trata de una imperiosa necesidad de saber: “saber quiénes somos, de dónde venimos o cuál es el velado propósito de la que, en muchos casos, resulta ser una miserable vida”. De tal modo multitud de personas, de la más variada condición, cuyo nexo común encuentra su raíz más profunda en la angustia se han dejado cautivar, de manera vehemente, en torno a temas que van más allá de su quehacer acostumbrado. Seducidos, hacia cuestiones profundas —cuando no, víctimas del que resulta ser el humilde parásito de la ingenuidad1— se ven proyectadas a la contingencia de tener que hallar unas nuevas expectativas, en las que habrán de volverse a replantear aquellos mismos y pretéritos temas relativos a la existencia. Apreciable, en innumerables manifestaciones y formas, esta aptitud se observa, en mayor medida, al comprobar el creciente interés mostrado por buena parte de la ciudadanía, encandilada, en torno a una amplia gama de tópicos: ufología, sectas, parapsicología… Sin embargo, sería ventajista por mi parte arremeter, directa y exclusivamente contra semejante disparate pseudocientífico, cuando el más ligero soplo de aire, dirigido contra este, lo derrumba. No requiriéndose tanto un pulmón poderoso como una buena dosis de osadía para dirigirlo, sin vacilar, contra las imponentes fortificaciones de la filosofía. Entendiendo, es en esta más que en ningún otro lugar, «aquel», donde el pensamiento desventurado ha escarbado hundiéndose con mayor pasión y vehemencia; labrando tan vasta maraña de galerías que correremos serio riesgo de extraviarnos, al aventurarnos desprovistos a ellas, amplificando la magnitud de aflicciones por largo tiempo contenidas, e igualmente, la ansiedad que habrá de resultar caminar hacia un plomizo horizonte, tras el que no se intuye la desolación ni, mucho menos, la desdicha.
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