Volcán de San salvador, Quezaltepec, a unos 1700- msnm - frente a a la Caldera del Ilopango / El Salvador - Centroamérica (Agosto 2019)
Generalmente las personas ―todos nosotros― transitamos la superficie del mundo sin más, muchas veces sin percatarnos de aquellos pequeños detalles existentes, que la naturaleza apenas nos muestra, sin intuir lo que estos atesoran. Detalles, que al querer mostrarse, parecería que de inmediato luego se ocultaran, como si se asomasen a nosotros con esa timidez propia que muestra la verdadera naturaleza, y tanto gusta de ocultarse. Siendo, precisamente esos pequeños detalles ocultos ―cuya llave intuyo es la luz― e, igualmente, las experiencias que devienen de la observación metódica, paciente y meditativa de estos ―que no busca de manera inmediata información o utilidad alguna para la vida, pero permite recorrer lo que se ‘resiste a ser explorado’ provocando que emerjan nuevas posibilidades― los que a mi intrigan e interesan. Como el que espera descubrir "sobre la orilla de la playa los tesoros que estaban sumergidos. Ellos compensarán los sacrificios". (Jünger-Heidegger 2010, 69). Por supuesto, puede sonar extraño a la gran mayoría, por no decir a todos. Sin embargo, todo tiene una explicación, más allá incluso de la sensibilidad emocional que se supone a la observación paciente de la naturaleza.
Cuando me preguntan qué es lo que es lo que hago, mi respuesta es siempre la misma: el tonto. Muchas personas se sienten atraídas por la naturaleza, pero muy pocas le dedican su tiempo. Otras veces, directamente me han preguntado si soy explorador: Sé a qué se refieren; entonces respondo que fui miembro de una organización de escultismo en la parroquia San Jordi, en Barbera del Valles con 13 años: eso ya me convierte en un “explorador” más allá, incluso, de mis viajes. Sin embargo, me gusta aclarar, que un explorador ha de tener unas causas que lo muevan y que por encima del deseo de ir a un lugar, por ejemplo: a subir una montaña eso hace ser montañero o alpinista (si es muy alta) no explorador, pues este viaja a lugares que pueden no ser lejanos (una sierra cercana) por una sola razón: busca con persistencia algo: busca, registra, examina, reconoce, y se mete por lugares donde la mayoría no pondrían un pie. Baste como ejemplo ver las colas de personas que viajan al Everest y comprobar después, cuántas personas se internaron ese mismo año en la selva. Lo que me lleva a un término poco conocido, pero que me gusta más: Naturalista.
Descenso al Boquerón (San Salvador - El Salvador) agosto 2019
Actualmente la prominencia consiste de dos masas: el cráter Activo principal de 1,5 km de ancho llamado El Boquerón, que tiene una elevación de 1839.39 m s. n. m. :
Sin embargo, si quieres ser Naturalista: ¡ahí va! No existe. Lo cierto es, que la profesión de naturalista es una de las más raras del mundo. No se estudia en ninguna parte ni se ejerce en ningún puesto de trabajo. Tal vez, y por estas características tan anómalas son muy pocas las personas que le dedican tiempo, y menos aún los que han conseguido vivir de ello observando la naturaleza sobre la tierra o en los cielos. Una actividad al aire libre, en plena armonía con el medio natural y que muchas personas desearían para sí, pero que condiciona la vida, pues tiene tanto de difícil así como de atractivo: extraños personajes que, siempre caminan en solitario por sierras, montes o marismas, que se asoman a esta a la luz del sol o las estrellas, imponiendo sus locuras contra todos los criterios tradicionales de nuestra sociedad: carrera brillante, futuro asegurado, empleo para toda la vida, y todas esas cosas que nos inculca la sociedad y que luego suelen acabar en la rutina y el aburrimiento. No encontraréis, o quizá muy raramente, naturalistas que tengan acabados los estudios universitarios ―el mismo Darwin se matriculó en la universidad de Edimburgo en 1825 para estudiar medicina, pero pronto abandonó sus estudios para embarcarse― pues, los estudios programados para la obtención de títulos son prácticamente incompatibles con la observación de campo. Esta ruptura temprana con las formas de vida normales es un paso difícil que muy pocas personas se atreven a dar, sobre todo jóvenes, cuando la carrera es el objetivo de todo español. Pero, y lo más importante por no decir curioso es, que buena parte de los naturalistas ocultan celosamente al resto, las maravillas que descubren en sus correrías.
Generalmente: un naturalista es un entusiasta ilustrado que practica las ciencias naturales, en particular la botánica, la zoología, pero también la mineralogía y la geología, e incluso la astronomía. Para una persona, hay diferentes formas de ser Naturalista dependiendo, de cómo y dónde practique su pasión, el naturalista puede ser «Naturalista de campo», «de recolección», «de laboratorio», «de preservación», o «de medición», y en todo caso, suelen andar cargados con equipo: cámaras, lentes, recipientes para muestras, etc. buscando explorar: hacer prospección, inventario, muestreo o captura de imágenes; acondicionar, conservar, clasificar, tipificar; monitorear, administrar, proteger ambientes naturales; y, explicar a otros, exhibiendo imágenes, escribiendo libros, haciendo películas u otras herramientas de comunicación, como es en mi caso la web: subiendovolcanes.com con el objeto de compartir ampliar registros y conocimientos; además, de preservar el medio.
Centroamérica - Bosque húmedo subtropical Usulután - El Salvador
Pero existen otros: tipos más raros, como yo, que además, de buena parte de las actividades antes mencionadas y por alguna razón casi irracional, cuando pasando por algún lugar este nos ha llamado la atención de forma que no podemos explicar, ni explicarnos a nosotros mismos, tomamos buena nota: cómo apuntamos donde están los nidos, por donde pasan las corrientes de aire que cogen los buitres o, aquel lugar donde encontramos una bonita orquídea. Tomamos buena nota para luego volver y buscar, buscar que no está a la vista, al menos a primera vista, pero que por alguna razón intuimos. Para ello observamos; no tocamos nada; no nos llevamos nada; no interferimos con nada: solo nos sentamos y observamos, a través de nuestros propios ojos sin aparatos o cámaras. Esperamos, integrados lo más posible en el medio, adaptándonos bien a la luz y nos armamos de paciencia esperando bien a la noche y las estrellas, bien al dia y al sol, que por la mañana bañará con su luz las cosas revelando formas, reflejos y colores: variaciones y cambios que a lo largo del día y con el paso de la luz y las horas (del mediodía al atardecer) irán siendo patentes, esperando en ellas la revelación de algo que se intuye latente, que está oculto y busca tanto manifestarse, como nosotros anhelamos descubrirlo... Esto se llama Alétheia (en griego αλήθεια alētheia o ‘verdad’). Una observación casi extática y de algún modo contemplativa que busca el "desocultamiento", la sinceridad de la naturaleza y de la realidad: 'aquello que ya no está oculto, aquello que es evidente', y 'que es verdadero'. Dicho con otras palabras: es posible ―como demuestran algunos estudios científicos y nos insinúa el subconsciente― que la realidad, "la verdadera realidad" no exista si no está siendo observada. Por tanto, podría afirmarse sin lugar a dudas que el observador afecta a lo observado, Tanto que: "Cuando se mide el comportamiento de una partícula por medio de la observación, se está influyendo sobre su estado natural".
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