La Penúltima Montaña / jorge maqueda

Ha pasado mucho tiempo desde que en mi juventud cuando con tan solo veinte pocos años y un vigor propio de la edad, comencé a percibir algo extraño: como si las personas parecieran perder de pronto y sin causa aparente la memoria, y no refiero no recordar aquello que realizaron el día anterior. Quiero decir que comenzaban a vivir, y a trabajar comportándose de un modo, como si el destino de cada uno de fluyese por cauce distinto (al de los otros) y al lugar que lo vio nacer, intentando separarse y perdiendo el contacto  por medio de actos y expectativas (sociales) muchas veces infundadas, pero sobre todo mostrando una total falta de memoria, y menos aún respeto hacia todo aquello natural que le rodeaba. Parecíamos, y aún parecemos haber olvidado el hecho de ser de.., y solo disponer de un lugar (la tierra), el cual nos puede aportar todo lo necesario para nuestra existencia (la vida) en la tierra. Todavía reflexiono acerca de aquel tiempo, por cierto maravilloso e inconsciente, peculiar y único que viví. 




En el Collado de Fontalba (2.450m), por debajo del Puigmal 2,909.6 metres (9,546 ft). Tomando el sol tumbado, con la mochila de la que cuelgan las cervino a mi lado,

Pero luego, igualmente, no dejo de preguntarme por qué, cómo después de más de 18 años y apartado de las montañas, y con las piernas más mermadas (a consecuencia del accidente de circulación 1990), de nuevo inicié lo que ni siquiera tras aquel accidente, y en contra de tos diagnósticos médicos había destruido (caminar montañas), pero que al llegar a Extremadura en el 2000 parece que olvido "mi naturaleza silvestre". Cuando pasado un tiempo (y menos lo espero ya con 50 años) la naturaleza me reclama de nuevo: al desierto (como si tuviese algo que decirme, y me quedase algo por hacer). Entonces a mediados de 2018 y recién cumplidos los 50, rompo una relación sentimental, la más larga y fecunda en mi vida, e inició una nueva etapa: y unos viajes (de los que entonces aún desconozco destinos, pues ando a oscuras), pero que luego se manifestarán tan fascinantes como increíbles, algunos de ellos en un entorno en el cual mi presencia era tan natural como la nieve en verano o la lluvia en el desierto, y donde ocurrieron eventos muy difíciles de explicar, pero de los que con el tiempo ahora entiendo, de dichos viajes: un contexto mayor, dentro de otros viajes y experiencias pasadas, presentes (y no sé si futuras) de una manera y forma que lo contiene y explica todo, pareciendo dar sentido a la existencia (a mi vida)

II

La Penúltima Montaña 

A principios de 2020 poco después de volver de Centro América, justo antes de la pandemia, tenía pensado volver de nuevo al Arco Volcánico Centroamericano: Barú en Panamá, y los Volcanes Irazú, Arenal, Poás, Turrialba y Rincón de la Vieja en Costa Rica, terminado de este modo mi odisea volcánica centroamericana en solitario, que empezase tiempo atrás en El Salvador, y seguida después en Guatemala, Honduras y Nicaragua (que había terminado en Masaya) sobra decir, que me encontraba guiado por el instinto y seguro en mis decisiones, conducido por los lugares menos a aconsejados a la razón. Sin embargo, un vendría a frenarlo todo, incluidas nuestras propias vidas (las de todos). Sería precisamente durante la pandemia, cuando de forma inesperada (esto se repetirá muchas veces, cosas que ocurren por casualidad, pero luego tiene bastante sentido) apareciese un tipo extraño en mi vida—por WhatsApp— que luego desaparecería del mismo modo como apareció. Su nombre poco importa, pues lo verdaderamente importante fue aquello fue me propuso: “viajar, junto con un grupo de otras dos personas (montañistas) y alcanzar en Chile el volcán ojos del salado (era de Barcelona / trabajador de telefónica), como decía, pla idea era alcanzar el Volcán más alto del mundo de casi 7000 m,  todavía activo, para finales de aquel mismo año, coincidiendo así con el verano austral”. Sin embargo, en una de nuestras conversaciones (también por whatsapp) este insistió, que teníamos que hacer antes otra expedición, en este caso a un volcán de al menos 5000 metros, con el objetivo de ir poniéndonos en forma, entiéndase: adaptándonos y empezando a aclimatar nuestros cuerpos y mente (lo que encontré razonable) para lo que nos esperaba en chile. La decisión final, en este caso y no mía, fue viajar al Kurdistán (al oriente de Anatolia vía Estambul) y ascender allí una serie de volcanes, entre los 2500, 3500, y los 5000 metros, Nemrut, Suphan, Artos, Tendurek y finalmente Agri Dagi (Ararat de 5.135 m) como colofón y final, en el altiplano armenio: justo en la frontera entre Turquía, Irán y Armenia. Lo que nos llevaría, a lo largo de un par de semanas, a recorrer aquello que según la biblia fue en tiempos pasados el Paraíso Terrenal, o 'Porta del Paradís', según la epístola del humanista valenciano  Bertomeu Gerp ( s.xv), escrita en latín y que sitúa el paraíso en esta región; al igual que lo hiciese el egiptólogo británico David M. Rohl, que localizó geográficamente en essa parte del mundo el lugar exacto donde estuvo ubicado el Paraíso, tras cotejar fuentes bíblicas. No en vano, algo más al sur del lago Van (y ciudad de Van) donde bajaríamos al lago del cráter volcán Nemrrut (pasando pasando allí la noche)  encontramos la ciudad de Urfa: o ciudad de los profetas, nombrada así en el Antiguo Testamento, como lugar en el que vivieron grandes profetas como Job, Elías o Moisés o el mismo Abraham. Hoy llamada Sanliurfa o Urfa (antigua Edesa)  después de Konya, es la ciudad santa más importante de Turquía,  que a muchos les sonará el nombre por su cercanía a Gobekli Tepe, o como el lugar el de asentamiento de campos de refugiados sirios de Suruc.

Lo cierto es, que tanto hoy como en el pasado, y debido principalmente a desastres naturales, sobre todo seísmos (Van 23 octubre del 2011 - 8000 muertos / Diyarbakir 6 de febrero 2023 más de 100.000 muertos) pero igualmente debido a los conflictos armados en la región: en áreas del monte Tendurek en la provincia de Van, o más al sur en las zonas fronterizas de Urfa e igualmente debido a la guerra Siria, parecería no tanto haber llegado uno al Paraíso, sino más de ese lugar donde las almas purgan sus penas o, incluso, y dependiendo del momento de la historia: al mismísimo infierno, pues en aquel mismo lugar donde Noé depositó su balsa antaño, no hace hoy mucho más de un siglo se llevó a cabo el exterminio sistemático de más de un millón de armenios cristianos, que regaron con su sangre la totalidad de las tierras sedientas del altiplano armenio, hoy perteneciente al oriente de Turquía.

Pero y volviendo de nuevo al viaje, yo ya había hecho mis deberes, hablando acerca de algunos detalles con el que sería nuestro guía “Kurdo” en la zona oriental de Anatolia; además, había leído bastante acerca de la historia y conflictos recientes y pasados de la región, así como del vulcanismo presente y pasado de la misma. Sin embargo, nadie había comentado nada de los armenios, que hubiese armenios en la región (después del genocidio de principios del SXX) o siguieran por aquellas tierras (tema todavía tabú), y muchísimo menos, que anduviesen por su “Montaña Sagrada” (el  Ararat), más cuando había escuchado a lo largo de todo el viaje, que los armenios (cristianos) ya no estaban. Pero sería poco después, al amanecer del tercer día de ascenso, y durante la mañana del 7 de septiembre 2021 (mientras que nos disponíamos en recorrer el último tramo hasta la cumbre), cuando algo removió mi corazón, dirigiéndome, no al paso de la cumbre junto a mis compañeros, sino, y tras separarme de ellos (sorprendidos) dirigirme después, tras comenzar a asomar los primeros rayos de luz (ya en solitario), al lugar donde algo había llamado mi atención el día anterior, y que aquella mañana del 7 de septiembre entendí relevante, pues tiraba de mí (tanto como para olvidarme de la cumbre / de nuevo). Se trataba de lo que en un principio no parecía ser más que una rama seca, pero ¿una rama donde no crece nada y solo hay rocas a poco más de 4300 m de altura? (no llevo barómetro— lo digo partiendo de la información que nos da el guía: camp a 4.300m, estando los iconos no lejanos de las tiendas, estas a unos 4300m).

Es curioso como son las cosas, pues había ido al Kurdistán dejándome llevar (o conducir si se quiere y convencido por un sujeto al que apenas conocía, y que ni siquiera me caía del todo bien (solo pensando en la cumbre), por no añadir que yo seguía sin estar para nada del todo convencido de lo que estaba haciendo allí (excepción del monte Nemrut: único volcán activo de la región y que insistí en visitar). Pues mi interés son principalmente los volcanes activos, situados en centro y sur América, Indonesia, Filipinas etc. Pero una vez allí, mi objetivo era como en el de todos los demás —y después de permanecer dos días en el monte Nemrut y su lago interior—ascender a la cumbre del Ararat (aunque solo fuese por satisfacer al ego) superando las dificultades de aquella enorme mole de rocas que es el Ararat, caóticamente ordenadas y fracturado el volcán en un lateral su forma (una pirámide rajada, abierta de un lado), cuando y cuasi a falta de solo unos cientos de metros, me vi de pronto: no pensando en subir hasta lo alto del volcán, ni en nada de lo que se suponía que debería estar haciendo o pensando en aquellos momentos. Es cierto estaba sobre el volcán y cerca de la cumbre (el día anterior subí como un cohete de los 3300 a los 4100), pero aquella mañana no tenía mi mente pensando en lo que "debía hacer allí)→: en aquel volcán (concreto)", quizá porque el Ararat no tiene ya en su forma (el cráter desde el que mirar por su borde al interior: desde arriba no hay nada que mirar adentro: el cono esta rajado y la montaña vertida sobre dicha ladera / todo lo que había que ver/ todas las razones por las que subir: ya estaban desparramadas a nuestros pies) — sino, que mi mente parecía estar otra cosa desde que desperté: inquieta y a punto de ser “impulsada", si queremos llamarlo así, a seguir un impulso que me apartaría del grupo, con lo que ello puede suponer y sin tener para nada claro el por qué lo hacia, o hasta dónde, o qué, aquel impulso me llevaría. De ahí que considerase esta situación, entendiendo aquello después como una prueba, pues enfrenta un dilema no fácil de disipar: seguir al corazón (y esa voluntad, como una sombra, que no te explica nada).→ ni destino) o bien al grupo (al conejo blanco), ambas con sus consecuencias y renuncias. Sin embargo, hoy puedo afirmar que solo quien persigue aquello que le dicta el corazón, puede alcanzar auténticas verdades.

Creo, que como le ocurriese a Colón en su día, antes de partir a las Indias, igualmente sabía muy bien dónde iba y qué buscaba, más no lo que iba a encontrar. Lo único que puedo decir, es que al llegar (y siguiendo al instinto) hasta aquel pequeño altar con sus dos iconos sujetos al palo, uno arriba a un lado de este y el otro abajo, mi sorpresa fue mayúscula, mientras todavía no distinguía ni entendía la "razón" de ir a un volcán sin un cráter por el que mirar al interior, cuando el instinto me condujo hasta aquella imagen colocada del lado de un palo, sobre el cono rajado, de la ladera volcán. 

7 de septiembre 2021, Monte (Volcán ) Ararat sobre 4100m / 4300m

Este es el camino que todos recorreremos, hasta reconocer aquella forma que nos empuja (más allá de las propias posibilidades) o nos retrae de seguir adelante: Aquella mañana yo no llevaba mis propios crampones y, no se por qué cogí otras botas (prestadas) ni siquiera eran de mi número. Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano, que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente, y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente (Machado, el viajero)

(A mi Padre, que no está, pero sigue conmigo, y a mi Madre, que sigue conmigo, pero no se ve).

 

"Se pueden decir  cosas y hacerlas de muchas maneras; o escribirlas de manera que unos entiendan, y otros no las entiendan jamás"

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