SUBIENDO VOLCANES
Los volcanes representan distintos tipos de peligros para las personas que viven cerca de ellos. Los flujos volcánicos son uno de ellos. En el caso del Kilauea, el Servicio Geológico de Estados Unidos halló un incremento destacado de la actividad sísmica a finales de abril y sus primeras fisuras comenzaron a aparecer a inicios de mayo. Desde entonces, las corrientes de lava recorrieron unos cinco kilómetros hasta llegar al océano, destruyendo viviendas y obligando a la evacuación de miles de personas, pero estos flujos de lava no mataron a nadie, de hecho es difícil que esto ocurra. En el caso espectacular del volcán de la palma en españa, no ha habido ninguna victima hasta el momento por corrientes de Lava. Mientras quema y entierra todo lo que encuentra a su paso, la lava -las piedras fundidas de un color rojo brillante- con temperaturas de unos 1.200° C- se mueve tan lentamente que la gente usualmente tiene oportunidad de alejarse del peligro a tiempo. El peligro surge cuando las personas no evacúan rápidamente.
Pero la lava a su paso también puede causar explosiones por diversas causas, incluyendo la detonación de bolsas de gas metano producidas mientras quema la vegetación. Además, cuando llega al océano forma un nuevo e inestable terreno así como columnas de vapor, ácido clorhídrico y fragmentos de vidrio.
Otro riesgo para la población es es el dióxido de azufre, uno de los varios gases que pueden ser liberados por los volcanes, incluso cuando no tienen erupciones. Curiosamente, la lava y los gases apenas son responsables de menos de 2% de las muertes causadas por los volcanes. La mayor cantidad de muertes ocasionadas por gases volcánicos ocurrió en 1986 en Camerún, cuando 1.500 personas fallecieron por el dióxido de carbono emitido desde el lago Nyos hacia los poblados circundantes.
Las principales causas de mortalidad de origen volcánico son las corrientes piroclásticas y el lahar o lahares -los flujos de lodo volcánico mezclados con detritos-, que son responsables de unas 120.000 muertes durante los últimos 500 años. Las corrientes piroclásticas son avalanchas muy rápidas de rocas, cenizas y gas, que pueden alcanzar temperaturas de hasta 700° C. Destruyen todo lo que encuentran en su camino y cualquier ser vivo que se halle en esa ruta tiene una muerte casi segura.
Fueron precisamente los flujos piroclásticos lo que destruyeron la ciudad romana de Pompeya en el año 79 D.C. También fueron los causantes de unas 30.000 muertes en la isla caribeña de Martinica en el año 1902.
El lahar puede contener piedras, árboles e incluso casas. En 1985, unas 25.000 personas murieron por su causa durante la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia. En las grandes erupciones, las cenizas volcánicas pueden viajar centenares e incluso miles de kilómetros. Pueden enterrar grandes áreas y perturbar servicios críticos como el transporte.
Históricamente, tras este tipo de eventos viene el hambre y la enfermedad, por cosechas que se pierden, o las cenizas y el gas llevan a cambios temporales en el clima. Pero, aunque imparables, las erupciones volcánicas no tienen que conducir a la muerte y al desastre. Que solo se haya producido una persona gravemente herida durante mayo en Hawái, y un solo muerto atribuido a la erupción del volcán de La Palma en España da testimonio del trabajo de los científicos que estudian estos fenómenos, de las agencias de gestión de desastres, así como de los excelentes sistemas de seguimiento. Lamentablemente, la insuficiencia de recursos significa que pocos volcanes alrededor del mundo son sometidos a una supervisión tan estricta como el Kilauea o La Palma.
El uso de satélites permite someter a algún tipo de vigilancia incluso a los volcanes más remotos pero solamente un 20% de todos los volcanes son seguidos por algún sistema de monitoreo terrestre. Y aproximadamente cada dos años se produce la erupción de un volcán sobre el cual no se tienen registros históricos. Estos pueden ser los más peligrosos, dado que los largos periodos de letargo pueden terminar en erupciones más explosivas y porque la gente que vive en su entorno puede ser la menos preparada. En cualquier caso, los observatorios de volcanes, los investigadores y las organizaciones internacionales trabajan de forma incansable para responder a las emergencias y anticiparse a las erupciones, lo que ha resultado en decenas de miles de vidas salvadas.
Evidentemente, un volcán no tiene que matar gente para tener un impacto significativo. Las evacuaciones obligan a la gente a abandonar sus hogares, se pierden formas de sustento, las áreas agrícolas quedan devastadas y las pérdidas económicas pueden sumar miles de millones de euros como hemos visto en la Is la bonita (La Palma). Por eso, incluso cuando están dormidos, es una decisión sabia seguir vigilando a los volcanes.
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