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La semana pasada, un científico, vulcanólogo, apareció en televisión afirmando, que los terremotos en profundidad habían casi desaparecido en la isla de La Palma —recordemos que estos se deben al magma haciendo presión para subir a la superficie— dejando o dando a entender que el volcán podría, por fin, entrar en una fase de menor intensidad, y con ello ir terminando pues, no se esperaban más terremotos a esa profundidad (lo veía difícil) pues, los enjambres se estaban dando cerca de la superficie, donde seguirían pero, sin que ello supusiese un mayor aumento en la intensidad del volcán… al día siguiente, solo había que mirar la televisión y leer la prensa: “La Palma sufre un terremoto de 4,9, el de mayor magnitud desde que entró el volcán en erupción” (ABC) —. “Las próximas horas son decisivas para conocer el futuro de La Laguna y de otros barrios adyacentes, tanto de Los Llanos de Aridane como del vecino Tazacorte, evacuados desde el pasado miércoles ante el incierto avance de la lava”. — (La Razón). Y Esta misma semana ocurría tres cuartos de lo mismo. Pero — y esta es la buena noticia— las estadísticas predicen, que un día de estos acertaran.
Lamentablemente, ciencia aún no tiene respuesta a las dos cuestiones que son clave en vulcanología:
¿cuándo y cómo ocurre el cebado de la cámara magmática en profundidad que genera y alimenta la erupción en superficie? y, ¿en qué momento cesa la actividad eruptiva, fundamentalmente de material sólido?
En la primera cuestión la ciencia dispone de detalles estudiados en erupciones previas junto a herramientas de monitoreo que, en el caso de La Palma, han funcionado para alertar a la población de que el volcán se estaba poniendo nervioso. Hasta 15 cm de deformación del terreno y ocho días de seísmos continuados desembocaron finalmente en la erupción. Pero como afirma Antonio M. Álvarez Valero “Honesta y humildemente, debemos reconocer que no sabíamos si 4, 15 o 40 cm, así como 5, 8 o 100 días de seísmos serían los precisos antes de la erupción. Para la segunda inquietud, no es necesario ser científico para asumir que la actividad volcánica termina cuando el reservorio magmático se vacía lo suficiente para relajar la presión interna que lo desestabiliza. Y la ciencia no ha llegado aún a predecir este punto de control. Un parón puntual en la emisión de lava como el que sucedió ayer en La Palma puede indicar el principio del fin de la erupción, o el principio del fin de un pulso eruptivo a la espera de la llegada de uno nuevo”. (M. Álvarez Valero - The Conversation).
Vivir en las faldas de un volcán siempre ha implicado, e implicará en el futuro, un riesgo muy alto; y no solo en relación a aquellas erupciones que directamente se cobran vidas humanas (Unzen, Santa Elena, Fuego, etc...) Solo hay que ver a los habitantes de las áreas afectadas por las coladas y cenizas en la isla de La Palma, y de cómo están viviendo con congoja la pérdida de sus bienes. Frente a esta realidad absoluta parece que uno poco puede hacer, y entonces esperamos que sea la ciencia la que venga a echar una mano, pero lamentablemente, será una mano solo informativa pues, la ciencia a día de hoy sólo puede aspirar a comenzar a entender, para intentar luego explicar estos procesos de la naturaleza, porque no puede evitarlos y menos aún detenerlos; ni puede evitar la erupción de un sistema volcánico, ni un tifón, ni la dinámica geológica que acerca o aleja unas placas tectónicas respecto de unas a otras. Aunque, siempre podremos estudiarlos para reaccionar mejor a ellos, y estudiar lo que sucede ahora en La Palma podrá ayudar en el futuro a reaccionar y a entender; pero no nos engañemos no a evitar o detener , ni siquiera a veces predecir como no se pudo anticipar, que el Whakaari entraría en erupción matando
a 22 turistas y dejando heridas o gravemente heridas a otras tantos. El Whakaari, un volcán Neozelandés controlado y vigilado, visitado por más de 17.500
personas en 2018, entró en erupción el 9 de diciembre de 2019 cuando se
encontraba en un estado de alerta 2 de una escala de 5 que preveía una leve
actividad volcánica: y nadie lo vio venir siendo un volcán definido; cuánto menos anticipar que un cono volcánico pueda aparecer de un dia para otro debajo prácticamente de tu propia casa como en La Palma.
Recuerdo cuando todo esto comenzó en la Palma, que después de dos o tres días de erupción me pronuncié (tengo mi opinión) y dije algo que mantengo, (no es muy categórico lo sé, pero sirve): “más allá de lo evidente y que todos sabemos acerca de los volcanes, sin tener que ser vulcanólogos; el volcán estará activo el tiempo que tenga que estar, no importa lo que digan o piensen los científicos - vulcanólogos. Variará de forma e intensidad en las explosiones y la lava, y casi siempre, por no decir siempre, de forma distinta sino justo la contraria a la que pronostiquen los vulcanólogos". No, no se equivocan: es poco más o menos la ley de Murphy. La única ley o leyes por cierto, que mientras proporcionan un alivio distraído, son capaces de contener y mantener en cuarentena todo aquello que se escuche por los medios, que crea uno por sí mismo saber, o le pueda decir o explicar un vulcanólogo; ayudando con ello a planificar la seguridad seriamente. Una seguridad a mi entender, cuando se trata de volcanes, que debería ser anticipatoria (siempre que se pueda), y no paliativa.
Pero tal y como dice el Profesor M. Álvarez Valero, poco se puede añadir ya a todo lo mencionado y descrito hasta el momento del episodio de La Palma en los medios públicos y especializados.; donde se ha explicado todo lo que se podía explicar en entrevistas: algunas sobre el terreno por parte de técnicos y científicos, algunos de ellos dando partes a diario; esforzándose, por atender también en el frente informativo y a cualquier nivel: desde la divulgación para chavales (qué es un volcán, la diferencia entre magma y lava…), hasta el detalle científico más avanzado (composición química, mecanismos de desgasificación, imágenes satelitales, actividades de monitoreo…). Pero, lamentablemente todo ese saber, todo ese conocimiento recogido a lo largo de años y generaciones, parece no ayudar lo necesario a quienes padecen directamente los efectos de la erupción. Una erupción volcánica, por cierto, al alcance del curioso y el turista; y donde de no haber riego de bienes y vidas estaríamos disfrutando todos de las maravillas de la naturaleza, que nos regala de vez en cuando; Sin embargo, habiendo bienes y vidas humanas en peligro, todas esta información y detalles ofrecen poco consuelo y no satisfacen la curiosidad o, necesidad, de la sociedad sobre cuándo, qué día, cesará el volcán de rugir definitivamente.
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