Dije que en este blog hablaría y contaría cosas muy diferentes, que sería más sobre anécdotas o hechos puntuales que, de detallar el viaje o la actividad en sí, y a ello voy. El Salvador y las “bandas” son una realidad, hay peligro, hay riesgos pero, de ese tema en concreto hablaré en otra ocasión si se tercia. Ahora, contaré de cómo, sin yo saberlo, me iba a meter atravesando territorio de “bandas”, cruzando una colonia y metiéndome en la boca del lobo: “en el salón de casa”, entrando por la puerta, sin llamar, ni estar invitado.
Luis era así, desde que llegué no me lo puso fácil. Era como si hubiese algo que demostrar... demostrarme. Nos levantamos a las tras de la noche, no sé si dormimos. Yo poco. Aquel día íbamos a ir subir al picacho: parte del volcán san Salvador, la cumbre más elevada de éste. Salimos a toda prisa de su casa: como siempre sin hacer mucho ruido, y nos dirigimos en su coche hasta una zona de san Salvador, una zona a mi entender medianamente segura. Aparcamos el coche y, después de colocarnos los bártulos comenzamos a caminar por una calle poco iluminada, en silencio. No paso mucho tiempo cuando al hacerle un comentario, me mando callar con gesto enérgico. - Entramos en territorio de bandas Jordi, apaga la luz, no hables y si te hablan no respondas- . Ni le pregunte más. Aquella cuesta se me hizo eterna, caminamos en silencio entre chabolos y casas de donde salían sonidos, voces de personas y ladridos de perros que delataban nuestro caminar. a cada paso, nos metíamos mas dentro de aquel lugar . Pasamos unos 15 o 20 minutos caminando hasta llegar a unas alambradas que cortaban el paso. Los alambres estaban cortados. Los pasamos como pudimos.
Atravesamos un trozo terreno, un descampado creo que sembrado, que nos llevo una zona de mas vegetación, ya en la ladera del volcán. Luis me miro, yo lo seguía sin decir nada. Entonces volvió a hablarme. – Jordi, ahora vamos a empezar a subir el volcán, hay un trozo de selva que hay que atravesar a oscuras, tenemos que ir con las internas apagadas y hasta que no escuches ladrar a unos perros no digas nada, luego ya podemos encender las linternas-. Yo asentí. Luego me explico: que la las bandas, ante la fuerte presión policial de los últimos dos años, además de volverse más violentas, se había tenido que retirar, ocultándose en buena parte, entre las zonas de selva en las laderas de los volcanes de El Salvador. En aquel momento, y lo tengo que decir, ya me importaba un carajo todo. Lo cierto es que creo que si Luis estaba allí, yo también podía estar. Caminamos una media hora ascendiendo las fuertes rampas hasta que escuchamos ladrar a los perros, y aunque ya podíamos hablar, nos limitamos a encender las lámparas y seguir caminando en silencio por aquella espesura.
Pasada una hora aproximadamente empezó a salir el sol. Paramos, estábamos a medio camino, en mitad de la ladera del volcán, y pudimos ver salir el sol sobre el volcán san Vicente y su reflejo, sobre el Ilopango. Amanecía en San Salvador, y allí estaba yo… para poder verlo.
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