Regreso a Ítaca (8) /UNA BREVE OBSERVACIÓN SOBRE EL DESTINO / jorge maqueda

Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero...-la tarde cayendo está... /... a Miriam (Foto: jordi maqueda: martes 28 dicembre 2021) canción de Machado, a orillas del Duero XI

Hace algunos años leí un bello pasaje en un libro que afirmaba, que “la verdadera patria de todo hombre y mujer, origen de sus deseos e igualmente, punto de partida en el que es forjado el destino de sus vidas, se encuentra en algún momento de la infancia”. Por mi parte, reconozco haber pasado tardes y noches enteras en vela, pensando, cuando no buscando en el lejano pasado, ese preciso instante, hasta pretender dar con él. Estupidez grande la mía,  sólo posible de aquel que ignora que no importa el origen ―apenas sostenido ya en un reflejo indefinido que se derrumba una vez y otra en el impreciso caudal de la memoria— sino el propio destino, y que este se desplaza, en tanto forma parte de uno mismo, y donde lo más importante no es llegar, sino enriquecerse de todo lo que nos aporta el camino. De modo, que de nada sirve aquel vano ejercicio, sino para reconocerse (mártir), y otra víctima más del devenir, pues ahora en el presente y al igual que antes en el pasado e ignoraba el final del camino que emprendía, y consecuentemente, hacia dónde el este me conduciría. «Todo destino es dramático y trágico en su más profunda dimensión» escribió, en alguna ocasión Gasset. “Por ello― a decir de Cavafis― cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti. Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios. Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin esperar a que Itaca te enriquezca. Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas (Cavafis).

Platón, en su Timeo dice que « aquello que sucede, sucede necesariamente por una causa». Plutarco, al final de su libro de fato, entiende que «lo primero y más importante no es tanto saber, que nada deviene sin una causa, sino que todo deviene en virtud de causas anteriores». Por lo tanto, sería inteligente no buscar causas primeras ya lejanas, concluyendo que todo principio es causa de la anterior y continua sucesión de diversos acontecimientos, los cuales, conducen hasta un determinado origen: catástrofe lo llamaría C. Zeeman— o sencillamente principio, inductor que altera los factores que hasta el momento han guiado nuestra vida, y en el que sin saberlo, conjuramos de nuevo las parcas que maniobran infinitos destinos. Será a partir de entonces que caminaremos, de nuevo, sobre un hilo que por nosotros mismos irá siendo tejido, desconociendo, aquello que aguarda más allá, escondido, tras los vados y sombras del camino. Y así, hasta provocar otra inflexión (catástrofe) en la maquinaria del destino. Pues ocurre, que aquellos fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes de un viejo reloj a temblar, avanzando sin vuelta atrás, cuando como niños sentados imaginando historias en silencio contemplamos, con la vista perdida en el horizonte y la esperanza labrada en el tiempo, la difusa silueta de unos sueños forjados el murmullo sibilino del viento y el rugir furioso de unas olas, que golpean los límites que le fueron impuestos al mar.  Vuelve y tómame, amada sensación, vuelve y tómame cuando la memoria del cuerpo se despierta, y el viejo deseo corre otra vez por las venas (cavafis). 

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