Del saber «que somos impulsados» se deduce, igualmente, que toda búsqueda —por inocente o bien intencionada que parezca (incluyendo la felicidad) — es precedida por ese deseo que la origina. «Deseo que es atributo y misma esencia del hombre» (Spinoza) y que para reconocerlo, antes debemos comprender que al sentirlo está ya en todas sus partes constituido, y en nuestra consciencia obrando, en tanto, que nos condiciona pudiendo hacer nada para librarnos del esfuerzo y condena que representa, y cuando no por mil veces deseado, seguimos tan lejos de alcanzarlo. Constituido, sí; pero bien pudiera sido maquinado pues parece más la obra del diablo: acaso un gusano forjado a partir de la misma génesis de la conciencia. Germen que eclosiona y toma su asiento y sustento primero a partir de la propia extrañeza de las cosas; luego cuando mayor sea la fijación, mayor será su alimento que irá en aumento igual que su necesidad—más allá de lo racional— sostenida por uno o varios sentimientos: necesidades a priori, pero que bien pudieren también no serlas aunque parecerlo, llevando al individuo a diferentes estados de conciencia (emocional), donde se retroalimenta lo que todavía no, pero ya se intuye impulso (potencial de la acción) hasta el momento en que se desata.
Impulso —crisol— que funde todas las partes y donde se fragua naciendo el deseo, que habrá de tornarse luego en acción de la voluntad; voluntad que nos estimula y arrastra por desconocidos e intrincados laberintos hasta conseguir, no siempre la tan anhelada meta: la felicidad; pues no son pocos los que opinan que podría no alcanzarse jamás alegando que la felicidad es como el cielo: a veces, creemos estar en él imaginando una realidad; y, sin embargo, de inmediato advertimos que se trata de una ilusión temporal: una fantasía que nos llena de desconsuelo al comprobar instantes después, que seguimos con los pies descalzos sobre el suelo”. Esta misma idea se desprende de aquellos textos de Schopenhauer, donde retomaría los estudios acerca de la felicidad, iniciados siglos atrás por Aristóteles; estableciendo, que dicha felicidad así como la suerte de los mortales, podía reducirse a tres condiciones básicas y fundamentales: lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno se representa; refiriéndose en este último caso al honor, la categoría y la gloria. Pero, no se dejen seducir por lo que se pretende, sea un decano de los libros de autoayuda. Si bien, es cierto que aquel ilustre filósofo trató ampliamente el tema de la felicidad y de cómo acceder a ella, lo que verdaderamente deducimos luego de su lectura es, la imposibilidad absoluta de acceder a la misma, concluyendo: que el Arte del buen vivir es esencialmente un manual en el que se desarrolla el complicado arte de "sobrevivir" en el mundo.
Sin embargo, inteligente por nuestra parte sería no olvidar: la advertencia surgida de aquella mente, dicen algunos que atormentada, y que abocaba a su dueño continuamente al pesimismo, cuya dimensión más crítica se encontraba representada por una voluntad irracional, aludida y ampliamente desarrollada en sus escritos, de la que se entiende nos previno describiéndola, como una voluntad infinita, discorde y devoradora de sí misma. Una voluntad que esencialmente es desdicha y dolor «Pues ningún bien final saciará la avidez de ese genio del engaño —llamado voluntad— que encadena la libertad y la independencia del intelecto...) (… no hay libre albedrío; en todos los casos, la búsqueda racional está movida por los intereses de la voluntad, una voluntad que jamás se ve saciada y cuya única forma de liberación posible para el hombre, es la total aniquilación de la misma». Con ello Schopenhauer nos da a entender —dice Nietzsche (Más allá del bien y del mal) — la voluntad como la única cosa que nos es propiamente conocida —del todo y por entero— sin sustracción ni añadidura. Pues nos describe una voluntad que es en sí misma libre. Si bien, esta voluntad también puede, aunque no sin esfuerzo promover en el hombre y para el hombre, su propia liberación; siempre, que no perezca sometido a ella. Por lo que “claramente” se nos exhorta a renunciar a un cuarto aspecto sugerido, pero no incluido junto en los anteriormente expuestos, pero a mi modo de ver más relevante, incluso que aquellos antes expuestos. Refiero aquello que sin duda alguna condiciona o condiciono el destino y “la felicidad” de las personas en el pasado, pero igualmente en nuestro tiempo, entiéndase: no lo que somos, tenemos o representamos, sino aquello que desde el fondo más insobornable de nosotros anhelamos ser.
En el umbral del tratado de ética, que debe indicar el camino de la liberación humana de la voluntad de vivir, Schopenhauer se debate ampliamente con el problema de la libertad. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la voluntad si no es libre frente a ella, si es un esclavo de la voluntad misma?
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