Regreso a Ítaca (3) / Sobre el saber... y el Deseo de saber/ jorge maqueda

Foto Izquierda (yo) de espaldas, de cara al Volcán Telica (activo) Nicaragua - Sep 2019
Derecha (sujeto) de cara a su Dron (se muestra) pero de espaldas al volcán de Fuego colima (Activo)

  

"impulsado", pero ¿a dónde? sí te despiertes hoy y te ves al borde de un volcán, mirando piedras que caen de arriba, ahora caminar el borde del cráter es otra parte del camino, luego desciende y no te detengas, no seas ni sigas a la piedra que a la orilla más arriba está y se queda, pues sino hoy mañana esta se derrumbará, dormida y cayendo al mismo lugar (profundo) que le dio vida. 

 

Todos tenemos el mismo defecto: esperamos vivir, y vivir  felices como si vivir fuese poco (buscamos la felicidad, siempre cuanto más arriba), en lugar de vivir plenamente la propia vida. Hallar esa felicidad parece ser la labor infinita del hombre, y esperarla sin la conciencia del tiempo que pasa, su castigo. Por desgracia, el hombre solo aprende a vivir cuando todo se derrumba y no puede esperar nada: justo cuando deja de tocar los tambores y empieza a escuchar al viento. "solo vive" "μη επιθυμει αδυνατα" (quilon) 1,2

«Por naturaleza —afirma Aristóteles— tienen todos los hombres deseo de saber» [πάντες ἄνθρωποι τοῦ εἰδέναι ὀρέγονται φύσει, 980α 21]. Ciertamente, Aristóteles nació hace más de veinticuatro siglos en la Antigua Grecia; sin embargo, no por haber vivido en un lugar y momento que nos puedan parecer tan lejanos en el tiempo le eran ajenos los sentimientos: los deseos, o las propias sensaciones y que son al ejercicio que me propongo aquellas cosas que conciernen, independientemente, de quién y en qué lugar y tiempo las experimente. Y dado que pocos encontraré mejor que él facultados del saber, en cuanto a tal como concepto, y exponerlo en toda su magnitud sería —a este ejercicio— un exceso, consideraré por el momento y con ello también así finalizar el exordio en el que me veo envuelto, que Aristóteles no sólo tenía razón, sino que sigue estando en lo cierto. Cierto "que no hay nada que ocurra en el universo y consecuentemente en el mundo —derivado de la naturaleza o las personas— que no estimule al pensamiento, en el hombre que observa y aprende, a través, del medio en el que se desenvuelve, impulsándole a saber". «Saber» que en su conjunto y resumido en una sola palabra es entendimiento; facultad ésta que habrá de adquirirse por el examen de las cosas y las personas, a partir de aquellas experiencias sensibles —también llamadas impresiones— y la información que estas últimas se ofrecen al juicio respecto de las primeras— procurando llegar a «conocer» y consecuentemente a su producto: “el conocimiento”. «Conocimiento que —nos dice Kant en la primera línea de su estética trascendental—comienza con la experiencia; pero esto no significa (nos dice) que todo el conocimiento derive de la experiencia. Principio no significa pues,  origen,  sino fundamento» primero del hecho empírico que lleva luego a reflexión: jerarquiza, estructura, ordena, discrimina la información; e igualmente, encuentra respuestas y soluciones —a las cuestiones y problemas derivados de las cosas por medio de la razón y los demás caudales adquiridos a través de ella. Esto es el entendimiento, que da sentido al mundo, venido del asombro a despejar el horizonte “nuestro horizonte”. «Horizonte —pero— limitado, pues nace de una limitación: limitación, que delimitan las propias cosas pero también (de las propias limitaciones) nuestra visión de ellas». Entonces: "Cuando nuestras emociones se basan en creencias falsas (llamémoslas mejor incompletas), ¿son falsas?" (Irving Thalberg -1977)

        Sin embargo, de tantas las cosas que nos son extrañas (por incompletas) en la vida desde su comienzo, sería insensato por nuestra parte abandonarnos, más llegado el momento de la madurez limitándonos igualmente a admirar asombrados todas ellas, deleitándonos luego en pueriles cavilaciones ingeniosas. Se precisa de esta labor un orden: establecer alguna prioridad. Más cuando lo que de cierto apremia ahogándonos con el juramento de su lobreguez, es la total ausencia de una razón que justifique el sufrimiento que deviene de la manifestación —tantas veces proyectada de forma fatídica— de la propia existencia: siendo, como somos, incapaces todavía de prever aquellos eventos que habrán de seguir aconteciendo. Pues, ya lo advirtió ya Sócrates —filósofo, pero antes soldado— siendo el primero, que tomando aguda conciencia de la vasta tragedia humana que de manera continua discurría ante sus ojos —lejos de especular con vanos conceptos— nos recordó, que dados a la reflexión era la existencia el primer y mayor problema a abordar, estimulando, así una nueva forma de pensar e “incitando” con ello al examen incesante de uno mismo, como al de los demás.  Y sería precisamente llevado de esta aptitud entorno de las circunstancias que condicionan, dando o restando sentido a la vida, y donde precisamente el saber justamente está en ser buscado —cuando más, hallado, éste posibilita favorables cambios— que de los resultados obtenidos a partir de una primera introspección, buscando no fui capaz de advertir otro móvil que a diario determinase mis pasos (entonces), más allá de aquel mismo deseo que desde antaño ha guiado mis actos e, igualmente, el devenir de buena parte de la humanidad. Pues, según pude constatar fue Aristóteles quien —al igual que ahora yo intuyese— entonces convino, que debía existir un fin supremo, deseado, no solo por él sino por todos mortales —principio liberador de todos los males— deduciendo finalmente, que este fin no debía ser otro que la felicidad: pues «Siendo la felicidad mejor y más bella que todas las cosas, es también la más placentera» [ἡμεῖς δ᾽ αὐτῷ μὴ συγχωρῶμεν. ἡ γὰρ εὐδαιμονία κάλλιστον καὶ ἄριστον ἁπάντων οὖσα ἥδιστον ἐστίν. 1214α]3

Sin embargo, cuál sería mi asombro que entregado a profundizar, reflexionando, en el conocimiento de mi propia experiencia y habiendo a la sazón repudiado la senda del autoengaño —que conduce a no encontrarse ni a saberse uno quién es jamás — que pude observar y no sólo de mis actos, que la búsqueda de la esa felicidad o el mero hecho de desearla pudiera ser aquello que fatalmente motivase cuanto de trágico en la vida hubiere luego de acontecer. Y parece lógico preguntarse ¿Cómo puede ser? o ¿Qué de malo puede haber? Y la verdad, es que yo tampoco lo sabía, siquiera apenas lo intuía antes de comprender gracias a unas viejas lecciones, aquello que Aristóteles de forma modesta, al comienzo de su metafísica nos refería, a saber: que primero y por encima de cualquier anhelo de saber «Tienen todos los hombres deseo…» Deseo éste, pero, que no es una clase mayor de querer, sino un impulso, o disposición genérica de la razón “sine iudicium” (sin juicio) y entendida, esta razón como puro ámbito de representaciones: “inerte” y sometida a las pasiones mismas —dice Hume— en tal medida, que no puede pretender otro oficio que obedecerlas y servirlasNo alcanzando de este modo la razón, ser motivo de acción ni oponerse a la pasión, que venida a lomos del impulso “encubierto” y bajo su estela, se muestra ya como una sola cosapoderosa, que da origen a la acción. Pues ocurre con el deseo como con tantas cosas, que al desnudarlas encontramos un saber: que arropadas bajo éstas existen otras que nos son dadas encubiertas y veladas a la razón, que todo lo ignora de ellas cuando ingenua, las experimenta. Y, es por ello que concluyo con una sugerencia: que no habrá de darse por pedestre este saber; «pues saber, que por naturaleza estamos impulsados, no es un saber cualquiera».

© Jorge Maqueda Merchán (2001)

 

1("No quieras imposibles"), Quilón, 16 (Diels-Kranz, 10, 3

2('epithymei') y αδυνατον ('adynaton') se refieren a conceptos fundamentales del pensamiento griego sobre el deseo, la afectividad, el apetito y sus objetos, su sentido, su dinámica, en definitiva, su "potencia", por jugar con una de las versiones que va a tener, en otro contexto, la δυναμις ('dynamis'), que comparte el mismo territorio semántico que lo posible (δυνατον, 'dynaton') en la filosofía de Aristóteles.

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