El punto de partida de la reflexión filosófica está determinado claramente por el concepto de ser. En el momento en que este concepto se constituye como tal y frente a la multiplicidad y diversidad de los entes despierta la conciencia de unidad del ser, surge por vez primera la dirección específicamente filosófica de la contemplación del mundo. Pero por mucho tiempo más sigue ligada esta reflexión a la esfera de los entes, pugnando por abandonarla y superarla.
I
Todos hemos comprobado lo difícil que es, en algunas ocasiones, expresar algo sobre lo ente observado, aquello que sentimos (esa idea que formamos en nuestra mente) en relación a lo observado: a veces, no tengo palabras para expresar lo que siento, pero lo siento muy dentro y de muchas maneras; es cierto, que es difícil expresar algo, más si lo observado no está definido: definido más allá, incluso del propio lenguaje, y en relación a su conocimiento: comprendido entiéndase, sea por medio del estudio y experiencias propias , lecturas, conversaciones o cualquier otro medio de conocimiento que motive a él, como el mismo asombro que nos causa la visión de algo, pues entiendo éste el motivo de mayor atención hacia algo presente: verlo, pero igualmente el de muchos desintereses cuando al pasar por delante de algo, pensamos que sabemos que es; o bien, la prisa evita que nos detengamos a reconocerlo, y preguntarnos, sobre aquello presente ante nuestros ojos; luego no reconociendo las cosas, que son, más allá del vago conocimiento que muchos tienen/ o tenemos todos de tantas cosas, lo ignoramos, no mostrando mayor interés por él; ya saben “a veces, una piedra es solo una piedra”.
Pero Lo malo de esta actitud [una piedra es solo una piedra] es que nuestra imagen, o visión del mundo y el universo se empequeñece, achata y aplana, cuando al ver una piedra solo vemos una piedra o, al mirar al cielo sólo vemos puntos de luz definidos como estrellas en nuestro cielo: y no vemos el significado de esa luz: en su forma y en su espacio, que nosotros vemos el punto, como una estrella, en nuestro espacio. Pero no se engañen, la estrella no está en nuestro cielo ni en nuestro espacio, sino en el espacio y en la forma que precisamente debe estar, quizá para que, de una vez por todas la reconozcamos en su lugar y forma, y no definiendo una estrella, antes de preguntarnos sobre y definirnos nosotros, para poder responder a la estrella.
II
Para Wittgenstein, el mundo era lo expresable (en palabras): así lo que no le era expresable en palabras (tenía un nombre que le definía) quedaba fuera del mundo. «Los límites de mi lenguaje Significan los límites de mi mundo, – afirmaba (Tractatus Logico-Philosophicus). Así pues, la realidad para Wittgenstein era una imagen que resultaba de un lenguaje descriptivo (complejo) y no de la impresión de la realidad en sí misma (que precisaba de ese lenguaje descriptivo y metódico para ser descrita y entenderla; es por ello que: lo no definido pues sencillamente “no existe” a la mente. De modo que para Wittgenstein como para otros, el origen, y «fundamento» último de todo ser ha de hallar su expresión por la razón. Pero, como conocemos las cosas, para poder luego definirlas y darles nombre… generalmente, un ente individual, particular y limitado es entresacado para, a partir de él, derivar genética y genéricamente y «explicar» todo lo demás; luego no nos sorprendamos, cuando comprobemos, que lo que la razón señala y define (poniéndole nombre) como esencia y sustancia del universo, es justamente algo extraído de este mismo universo: ordinario y mensurable a la razón. De ahí que, por más que varíe el contenido, siempre permanezca un mismo tipo de explicación en su forma general, y dentro de los mismos límites e idéntico lenguaje metódico. En un principio se establece como fundamento de la totalidad de los fenómenos un ser individual sensible, una «materia originaria» concreta; luego la explicación se idealiza, y en lugar de esta materia surge más firmemente un principio puramente racional de conjetura y fundamentación subjetiva.
Pero ¿qué me define el lenguaje?, —refiero a partir de lo desconocido— el lenguaje define entonces la imagen de lo desconocido. Así luego la razón aplica: que desconocido es…: lo que sea que diga y describa esa misma razón / pero seguirá siendo, igualmente, desconocido el espacio vacío. Puedo definir el espacio ¿no sabiendo lo que es? pero ya he definido el espacio, en un lenguaje descriptivo y (complejo) no falto de conceptos relativos y abstractos: espacio vacío, pero que, y aunque lo he definido, sigo sin saber qué es el espacio vacío, solo sé, lo que la razón me dice que es el espacio, y que está tan vacio, como la vista y los sentidos pueden comprobar. Conclusión, el lenguaje puede describir una imagen del espacio que resultaba de un lenguaje descriptivo (complejo), pero que no refiere el factum de la experiencia del espacio, y sino a conceptos y abstracciones (teóricas o, y matemáticos) por los que la razón: pretende entender/explicarse, a si misma (de su límite dado a los sentidos ordinarios) lo que es el espacio vacío →No aceptando, ni asumiendo de su ignorancia lo que desconoce, incluido: qué es el espacio vacío. Pero... yo estoy en un espacio, en tanto mi forma ocupa un espacio definido, al que rodea todo ese otro espacio en su perímetro. Yo mismo soy un espacio, dentro de otro espacio. Luego, qué define la razón cuando me define. ―Define al hombre―me contestarán; pero, diga lo que diga y defina la razón, ahí ya hay un espacio que yo veo del lado de la forma y que igualmente lo define, mucho antes que la razón definiese nada. Pero, y si al definir al hombre, no puedo ni definir a la vez aquel espacio que lo contiene. Bien, entonces lo que defino, es la ignorancia propia del hombre existente tras el velo de la razón. Quiero decir: que por muchas y enrevesadas palabras, escuelas o cátedras: todo tiene una forma, y toda forma un perímetro que la define en su forma, a partir de su borde o sombra. Luego, si algo no está definido en su límite y forma, a partir de su sombra (considerando esta, a partir de lo observable y existente: el borde de la imagen) pues sencillamente “no existe” no puede existir en la naturaleza. Aunque la razón lo explique, como explica tantas otras cosas, que siguen sin existir. En la oscuridad de la razón el espacio no tiene forma en sus límites: infinito, nos dicen: como absurda la razón, bajo la premisa de la estupidez humana.
III
De la oscuridad vemos unas imágenes proyectadas, por la luz, de las sombra. Bien: este es un primer límite o frontera que se nos impone a la inteligencia y dado a la razón (a entender/fuera de sus propios límites de lo observable), cuando de lo observado en la forma visible, de su límite no vemos la forma invisible que la contiene: dos formas, contenidas una en la otra (forma): dos formas, un solo ser. Pero luego y desde la propia razón se nos impone: cuando, ingenuamente aceptamos de su explicación “a priori” (por la razón) la teoría, sobre una verdad o principio “de localidad, sin ir nosotros de la mano de la propia experiencia a recorrer dicha sombra (si es o no algo) y comprobarlo, ni siquiera mirando la oscuridad con nuestros propios instrumentos (los más avanzados sobre este mundo: los ojos y la consciencia): esa es la razón humana.
Luego, y para que algo sea presente a los sentidos y exista, antes debemos reconocerlo, en un acto nuestro →de ser →hacia a aquello que queremos entender y reconocer: la sombra. Por tanto y antes de aprender ciencia alguna, deberíamos aprender a reconocer y mirar, y mirar reconociendo igualmente lo extraño del espacio, a partir de la forma de la sombra que proyecta en este, y que se proyecta igualmente de las formas, en su perímetro. Reconocimiento del que hallemos un significado que lo defina, constituyéndose (esa forma) como la que la contiene otras formas, dentro de una forma mayor, que nos contiene a todos: la forma de la sombra, que conduce al ser que la proyecta, y nos proyecta.
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