Tengo un limonero en casa, que además de limones da buena sombra: de hecho, esto se dio a partir de una necesidad. Se me había roto el toldo del patio y decidí extender las ramas del limonero, como en un bonsái (a la vez que le libraba de unos alambres en las ramas que las estrangulaban) dirigiéndolas aquellas luego horizontalmente al suelo, para que proyectasen una sombra más extendida. En un año ya no necesite toldo. El limonero daba sus limones y también sombra, protegiendo además a otras plantas del sol. Supongo que de algún modo le di las gracias (por los limones y la sombra) y él me las dio a mí, por fijarme y reconocerlo, como algo más que un tendedero de ropa: un proveedor de medicinas naturales, y aliado contra la fuerza del sol, pues poco después advertí algo: un brote bajo del tronco; de aquellos que siempre cortaba, tan bajo como donde empieza el tronco pero, que por alguna razón no corte. Creció y este año 2023 se dividió, en forma de (Y) mostrando aquella forma que pudiese entender y reconocer: del limonero hacia mí, cuando precisamente empiezo yo a ver todo (la vida incluso los colores reflejados del sol en las cosas) de forma distinta. A la vez, yo ya no podía dejar de observar ese brote (que es una forma) de la que reconozco una voluntad que asoma (tímidamente) y se desarrolla a partir de la misma corteza del limonero mostrándose (a mi) para ser reconocida, como del limonero no lo obvio: otra más que dará limones, sino más, cuando del mismo brote al reconocer de este: algo más que un limonero / yo me reconozco algo más: que el que recoge solo limones.
Luego pienso en aquel ciervo (enorme) que
me encontré en una curva del camino en el pirineo (Fontalva 1993) a la vez que
escuchaba el gruñido tremendo como de un oso lejano, advirtiéndome, quizá ya
entonces de lo que llegaría años después: al hundirme hacia otra forma de vida
y de mi mismo ser), más difícil, y en ocasiones de casi de exclusión y
adicciones, a la vez que con el tiempo (esa misma oscuridad empezó a tomar forma
propiciando una luz, reconstruyéndome dentro de ella: habitándola y donde se
hizo más presente aquel otro Jordi, que (de joven) coge la escopeta apunta y
dispara sin pestañear y luego se va otro lugar (luego de Barcelona a
Extremadura) siguiendo un camino, que transitado, reconozco hoy mi camino. Llena de callada
fuerza, la gran naturaleza abraza al que vive presagiando; para que invoque a
su espíritu, lleva en el pecho pena y esperanza el hombre; de su más honda
entraña asciende el poderoso anhelo. Y es capaz de muchas cosas y espléndido es
su decir, transforma el mundo (Holderlin - Empédocles)
Según algunas tradiciones, el último gran
presocrático: “Empédocles de Agrigento”, se mató arrojándose al Etna con 60
años cumplidos, cuando gozaba de la plena devoción de sus seguidores, y
después de hacerse acompañar por algunos de ellos en un paseo por las laderas
del volcán Etna (Sicilia). Este simplemente desapareció para no retornar. Llegándose
incluso a llegó a creer que existía algo fuera de lo terrenal, y que el curso
de las cosas humanas puede alterarse para un hombre. Tales eran las habladurías
que surgían. Pero se encontró por entonces su sandalia de cuero,
palpable, usada, terrena. Había sido
(legada) a aquellos que cuando no ven, en seguida empiezan a creer (pensar:
cosas raras). Casi del mismo modo, cuando me fui de Barcelona
desapareciendo y sin avisar (muchos empezaron a creer cosas raras: como que
había muerto / así me lo confesó mi propio amigo: David, de la Plaza de
Barbera, al volver a reencontrarnos por una llamada al teléfono tas muchos años
(sorprendiéndome los amigos de la banda de tambores, mientras estaba en el
gimnasio en Almendralejo), supongo que tras seguir estos buscando y después de
que ni nadie (ni ellos tampoco) encontrasen mi sandalia cerca del cráter de algún
volcán: de esos quiero decir, de los que visito y me acerco, pero siempre con una
buenas botas, altas y de suela vibran. Luego, dicen (las leyendas) al fin de su
vida Empedocles volvió a ser natural, pues había muerto como todos los hombres.
Pero
atiendan: no todos los hombre, sino ninguno de los que yo conozco suben a un
volcán activo de hoy mas de 3000m con sandalias o chancletas (para desde el
borde, al que hay que llegar, y en el que hay que estar, para luego tirarse
dentro del cráter “activo”, pues el Etna es activo que se sepa desde que inició).
Es más ese “hombre embriagado de Dios” –según lo define Hölderlin en su drama– ignoro
si purificó el alma desprendiéndose de su cuerpo, donde o si lo hizo “antes de
revelar, no ya la divina naturaleza no a los hombres: sino la ingenuidad de los
mismos hombres. Ingenuidad y desconocimiento de todos aquellos antes y
ahora “que creen o creyeron antes” que al cráter del Etna o a cualquier otro
cráter de un volcán activo (lleno de escoria volcánica afilada y cortante en la
que se te hunde los pies, se llega dando un paseo desde abajo hasta los 3000m) o
que sobre ese terreno, además de inclinado y peligroso (y de galerías
subterráneas) y por ello aún más inestable, pero sobre todo los últimos cientos
de metros al cráter, se puede subir y progresar en sandalias o chancletas.
Lo cierto y que se pone de manifiesto al
permanecer en el tiempo hasta nuestros días esta leyenda (es que nadie había
subido hasta el cráter de un volcán (coloso de más de 2000 o 3000m) y activo en
Europa desde los inicios de los tiempos (hasta hace pocos decenios). Ni
siquiera los alpinistas modernos del s XX se han interesado jamás por los volcanes activos (motivos evidentes habrá):
y solo ascendiendo a montañas, hasta hace relativamente poco (no imagino a
alguien del XVII o XVIII saliendo al monte silvestre, y menos subiendo volcanes
(como el que da un paseo hasta el cráter), con esos zapatos que muestran los
retratos de época. Poniéndose de manifiesto, no ya el abismo que separa a los
dioses de los hombres, o a lo eterno de lo terreno, sino a los mismos hombres (crédulos)
de la verdad de las cosas y de la propia experiencia de la naturaleza, cuando hablan
de ella y como cuando hablan de todo sin conocerla, ni conocer, de propia mano:
nada. Cuando el verdadero sabio rememora lo
que vino a su visión, o pensamiento buscando el deleite que produce el volverlo
a contar, entonces se lo proporciona a otro para que lo saboree como una
experiencia… únicamente el miserable lo desdeña, (Ibn Arabí)
Hablan unos
hombres de juzgar y clasificar la naturaleza ¡Dejémosles que hablen y digan… si
al menos fueran humildes y sinceros: pues yo también clasifico: entre flores
hermosas y otras bonitas. Pero acaso esos mismos hombres ¿no hicieron ellos
antes una ley que ahora no respetan?, ¿acaso no son insolentes con todo lo natural,
la verdad y lo divino? Acaso, ¿No es mágico eso que llaman Noche y eterno
aquello que tiene alma?, ¿no es mejor Algo que esa Nada de la que dicen y murmuran?
Por qué entonces tanta soberbia e insolencia. Unos se enorgullecen por todo lo
que no son, y otros por lo que no saben ni conocen: que los rayos del Sol y los manantiales de la tierra son más nobles y
divinos en los frondosos bosques, y que el rocío, el alma al amanecer refresca.
¿Pueden hacer ellos algo que se le parezca? Pueden matar, pero no pueden dar
vida. Se preocupan, traman y maquinan, pero ni con todas sus artes
pueden entender, lo que no quiere ni puede ser resuelto de aquello que de cerca
los mira, mientras las estrellas observan siempre por encima. Paciente, es la naturaleza
con ellos, que los sufre y tolera todos los dias; pero ninguno de ellos podrá
interrumpir el verano y tras el llegue el otoño, y menos aún al fin del invierno, que nos abrace después, por
fin: la suave primavera. Pues, y pese a ellos, y pese a todo, y pese a todos
nosotros ¡la Nada sigue siendo Nada, la belleza más bella y la luz… la luz si
cabe, es luz aún más poderosa y divina.
Jorge Maqueda
Merchán - Jordi Maqueda
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