Nada más trágico que nuestra realidad: nacer para luego tener que morir. Pues da igual dónde o cuándo y poco importará la manera, todos nos dirigimos ineludiblemente a ella "como el ancla al fondo del mar". A veces incluso anticipándonos, y renunciando así y definitivamente a este ingrato lugar de amarguras y penitencias, absurdo y desprovisto de sentido, donde vida y muerte están ligadas, el dolor centellea todos los días y las personas participan de las más terribles agonías; donde sonámbulos e idólatras adoran aquello que los segundos no conciben y los primeros no imaginan; donde los huérfanos se consuelan en el silencioso recuerdo de la impotencia, de no querer creer pero tener que ver el mundo desmoronarse ante sus propios ojos. Pero lo peor no son las injusticias o violencia que acontece y de la que somos testigos todos los días. Tampoco las guerras, el sufrimiento y la desesperación que estas conllevan: lo peor no lo hemos conocido todavía; Estaría por llegar: "es lo último que llega".
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Recuerdo cuando me diagnosticaron cáncer, unos me miraban como si mi destino fuese diferente al suyo; otros lo hacían con lástima, sin observar antes lo lastimoso de sus vidas, y ellos nunca fuesen a morir: como si unos pocos años supusieran diferencia, y aquellos que suplican vida eterna, fuesen a obtener otra cosa, más que polvo como recompensa. Como si negar la muerte fuese solución, cuando no hay negación que no contenga en sí, en forma de afirmación, aquello contra lo que se pronuncia. Pero ¿quién quiere la vida eterna? ¿Acaso existe eso? La eternidad es una cosa y muy distinto es abarcarla: y más absurdo pretender conquistarla (Gilgamesh). No elegí nacer y consentí, tampoco elijo morir, pero me siento afortunado, si es el caso de no sobrevivir: la eternidad no es vida para un hombre, y la muerte es la calma, el reposo final al que cualquiera aspira. Pues vivir bien es también morir (un poco todos los días), y fue la muerte la que dio (todavía) mayor sentido a mi vida. Luego mucho he meditado (casi 15 años después del cáncer, voy para 56) pues si en la vida encontramos que todo son preguntas, igualmente, llega el momento cuando se convierte ella misma (la vida) en pregunta: en ese efímero detenerse en el proceso, al manifestarse está revelándose a la razón que la contempla. Allí he imaginando mi vida: toda, en ese preciso instante (atrapado en el tiempo) y sin saber nada de una muerte; que para conocerla, de cierto, antes hay que vivir estando en ella; pero luego, para poder entenderla no bastará con vivir, ni siquiera sirve el vivir mucho: cuando para poder entender la muerte, tendremos antes que entender la vida (aquella que nos toca vivir) y por qué, en algún momento hay quienes renunciamos a ella.
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"El pasado se recuerda muchas veces dramático; el presente angustioso y el futuro se intuye incierto", dominado por ese miedo que amenaza con apoderarse del alma". Todos temblamos ante el dolor, el sufrimiento y la pérdida: ineludibles para toda comprensión acerca de la vida del hombre. Diríase, que la vida humana se halla permanentemente en un estado de profunda miseria, pendiente, siempre de dar sentido a aquellos avatares que devienen de la propia vida. En todas las épocas, culturas y religiones, el hombre tuvo que enfrentar esta misma cuestión del dolor, el sufrimiento y el sentido de su existencia. En definitiva, cada persona (como yo mismo) ha tenido que vivir y convivir con propio drama continuo que le supone existir, vivir en este mundo. Pues cada uno de nosotros parece nacer a una vida (en un solo sentido y hacia un determinado destino); pero si ese es nuestro sino, también es cierto que otra cosa es nuestra propia condición, dentro de la propia vida y condición "la humana / esta reflejo de la propia naturaleza que habita este hermoso planeta, " esa que empuja a una planta seguir hacia adelante (como españoles) atrapados entre baldosines de la cera y aplastados por el asfalto (llegará a florecer aún con la metralla de toda una vida y existencia hundida en la carne. y si nuestro sino es vivir y vivir con dolor, nuestra condición es "seguir y seguir adelante aún con dolor”. Muchos pensarán, sobre todo en occidente, que estas palabras no van con ellos que más serían apropiadas para señalar a otras personas o pueblos (pero los españoles las reconocemos propias), otros dirán que refieren que a otros tiempos; pero no nos llevemos a engaño, y lo sabemos; al menos todos aquellos que tenemos una cierta edad y perspectiva de la vida: que el ser humano desde que nace se forja y crece con retazos de dolor, y cada dolor es preludio y anuncio de aquello ineludible Pues existen tantas cruces plantadas en este mundo como vidas ha visto nacer, y cada nacimiento no anuncia otra cosa, que (en algún momento) su propia muerte.
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El pueblo español se entrega, al suicidio es la primera frase de «El resentimiento trágico de la vida», la última obra de Miguel de Unamuno. En esa nota estaba reflejada la lucha de un hombre que fue fiel a sí mismo yendo en contra de unos y otros, y rodeado del ambiente hostil de la propia ciudad a la que tanto amó, con la desesperación de quien ve cómo se va quedando solo mientras se tambalea su mundo, su propia vida y hasta sus creencias» - (Miguel Unamuno de sus apuntes). Pero en algún lugar leí que un hombre (y del mismo modo una nación) primero debe morir (y España allí se aniquiló a sí misma), para luego lentamente (y de aquellas sombras y troncos quemados que quedarían) volver a renacer. Renacer (se supone) libres de odio y del dominio del rencor (que nos permite al recorrerlo aún hoy (de las secuelas del dolor de nuestras familias compartido) reconocernos entre todos a nosotros mismos aquel mismo odio, y de aquella sangre derramada, habiendo aprendido del aquel duro camino y sacrificio (no por sus propias necesidades o las de sus familias, sino por las ideas ideales políticos que les inculcaron otros/ arrebatándoles su identidad de españoles primero, y padres de familia (o hijos) después, y que recorrieron aquellos: nuestros abuelos y le mostraron a sus hijos- para que nosotros pudiésemos (por su sacrificio) volver a renacer a una nueva vida y nación: que ayuda a los demás (manteniendo un ejercicio que no va a guerras políticas) sino como fuerza de interposición para ayudar a mantener la Paz, pues hay dos manera de vivir y ser: haciéndolo solo para nosotros, o a la vez hacerlo también por para los demás, como personas ayudando en nuestras ciudades a quien lo necesita / y como nación: a quien nos lo pida o necesite.
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Encontrarán ensayos y libros, tratados al respecto de las razones del sinsentido de la existencia para algunas personas, y que puede resumirse en que la vida no tiene sentido para estas, esa es la principal declaración, y obviedad que encontramos, por parte de quienes afirman experimentar la desgarradora sensación de la apatía por vivir, por medio de una especie de desconexión de todo lo que les envuelve (y derivado después - en algunas de ellas- en una presencia impulsiva en redes sociales). En este punto, encontramos personas, muchas reflexivas, que profundizan en cuestiones de trascendencia: a partir de aquella la falta de libertad que acusan (y nos revelan) de su propias declaraciones (y donde me reconozco de un tiempo critico, mas no conmigo mismo), donde se trasladó la responsabilidad tanto del aislamiento como de la propia apatía, a las injusticias sociales, luego a las guerras, pero sin hacer nada por acercarnos (entender - moverse a comprender- y explicarnos de aquellas mismas injusticias: luego no proponiendo, ni saliendo del aislamiento de la habitación) avocándose, por momentos cada vez más a un profundo vacío existencial, el cual engulle cada vez con más fuerza. Vacío éste, al que la sociedad contribuye con sus imperantes mensajes relacionados con valores individuales de satisfacción inmediata (dale al me gusta), y venga otra vez: en lugar de irnos a ayudar a quien sabemos que lo necesita, saliendo del aislamiento y mojándonos los pies (única forma de achicar el ahogamiento (parar la inundación) que nos embarga, e ir más allá de proponer absurdeces (en redes), una tras otra todos los días).
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“Una obra está acabada cuando no puede ser mejorada" - (E.Ciorán).
Como en el arte, algo parecido ocurre con algunos sistemas e igualmente con los estados, cuando estos se encuentran tan fatigados y corruptos, que ni con todas las grúas y andamios de este mundo se podrían sostener en pie, los pilares de mentiras y sangre sobre los que se sustentan. Así, lo que realmente decide el grado de acabado de un sistema ya no es tanto el arduo trabajo, la fatiga o la sangre que precisa de sostenerlos, como el asco que supone tener que soportarlos y sostenerlos.
La mayoría de las personas no entienden necesario deliberar sobre su existencia, existir ya se concibe como implícito en todo lo que hacemos y no es necesario darle más vueltas (aunque afirmemos estar de agua hasta el cuello). Sin embargo, reflexionar sobre la existencia, es hacerlo sobre la idea de la vida, y por tanto de la muerte: el suicidio (por estrangulamiento social) en este caso nos permite abordar en primer plano la razón de la propia existencia, pues se pone en tela de juicio la importancia de ésta, moviéndonos a madurar en nuestras propias motivaciones, sueños y esperanzas; además, de en todo aquello que nos da seguridad. La enfermedad ayudó a pensar al enfermo; la certeza de la muerte mueve a reflexionar; y el suicidio (en este caso la posibilidad de un suicidio "social" nos obliga a deliberar seriamente sobre el sentido del mundo y la propia existencia. Dedicarse a tal empeño (morir para volver a nacer) implica carácter y atrevimiento pues, tratamos con ello de sacar provecho, donde entenderemos casi con toda seguridad que el suicidio (como forma (literal) de termina con la propia vida) debe permanecer en constante suspenso, como salida última que siempre debemos ver (de aquellos que sucumbieron) a distancia, solo recorriendo de lo que sentimos y expresamos a los demás: aquella forma de la que empezamos a reconocernos (y a la que nos acercamos), pero a la que no debemos entrar jamás. Pero ¿por qué verla a distancia y, sencillamente, no contemplarla como opción?
Lo políticamente correcto en este caso es descartarla definitivamente: y eso sería lo políticamente correcto. Pero personalmente, entiendo que la persona solo puede descartarse de aquello: (formas) que reconoce en el de las primeras causas (luego al observar de estas, las últimas causas (y final), que reconoce en los otros). Se trata más entonces de “una evaluación, a modo de introspección, proponiéndonos primero reconocernos en el lugar que estamos, y a la vez saber que podemos mejorarlo; con una experiencia de vida y proyecto propio”. Pues entiendo, que una vida es auténtica, solo cuando se tiene la posibilidad de elegir (de salirnos del marco propuesto: suicidarse, si, pero socialmente); pues el peso de la existencia sólo puede llevarse cuando somos conscientes de que tenemos la libertad de terminar con nuestra vida, y una vez reconocido esto: que tenemos el valor; igual o mayor para antes (vivir genuinamente nuestra vida, esa que ahora elegimos. Pues, a pesar de las dificultades, las restricciones y prejuicios, cambiar es lo único que no nos puede ser arrebatado; y precisamente esa libertad de cambiar nos procura la fuerza descomunal, que luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un sinsentido a poner fin a nuestros días o, por lo menos, a no hacerlo antes de ver hasta dónde podemos llegar. Aunque los suicidas creen en su precocidad, no pocas ocasiones consuman su acto muchas veces antes de estar maduros y siendo muy jóvenes; razón esta que hace de los suicidios (literales) aquello que destruye nuestro verdadero destino, en lugar de coronarlo.
Buscando entender, puedo entender que un hombre/mujer quiera acabar con su vida: lo puedo entender y aceptar (todos deberíamos) pero, con matices: entendido, como el acto de culminación de un proyecto insatisfactorio de vida, es decir, un proyecto puntual y fallido venido de la razón que luego lo justifica. El final, si se quiere (razonado) tiene que cultivarse como si fuera un huerto, eligiendo el momento más favorable de su desarrollo. Pero cuidado, aquí entramos en arenas movedizas, pues no me refiero con ello dar a entender a todos, que están en la cumbre y desean que se les recuerde así”. Recuerdo la carta de suicidio de Kurt Cobain, donde podía leerse una cita de una canción de Neil Young: "Es mejor consumirse rápidamente que desaparecer poco a poco". Cierto que Kurt estaba en la cumbre, como artista, pero no así como persona debido a sus problemas (que no soluciono quedando atrapado en ellos), y que le llevaron a hacer lo que hizo. Lo cierto es, que el último y definitivo descenso a los infiernos de K. Cobain no fue sorprendente; y posiblemente, ya se había iniciado unos meses antes de que decidiese llevarse el cañón de una pistola a la barbilla. Sin embargo, precisamente ese carácter desesperanzador de la existencia y el desencanto ante la vida, se presenta no pocas veces a muchas personas ―en algunos casos como una especie de iluminación― como proceso de descubrimiento hacia una vida mejor sin ornamentos: dura, y en la que afloran esos sentimientos de desesperanza que todos hemos sentido en algún momento, ante los cuales tenemos siempre la posibilidad del suicidio. Porque ¿Quién no ha pensado en el suicidio alguna vez? Todos hemos pensado en algún momento en suicidarnos, así sea de forma remota o hipotética, hemos pretendido renegar de la vida deseando la muerte, pensamiento éste y vinculo indisoluble, entre los que eligen el suicidio y los que no. Y, precisamente, es esa posibilidad, aunque la entendamos remota, de reflexionar sobre nuestro propio suicidio ―motivos, recursos, la disposición del lugar― y vernos muertos anticipadamente es la que nos ayuda en gran medida a entender (que el alma nos está diciendo algo), aquello (de la vida) sobre lo que demos meditar) para poder replantearnos esta: nuestra propia vida. De otro lado, negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de nuestra propia existencia o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y convertirnos en otro gusano envilecido más, reptante sobre la carroña cósmica que habita esta tierra.
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Tomar consciencia de que podemos elegir es asumir un grave conflicto, donde por un lado, nuestros sufrimientos nos reprimen y empujan al abismo y, por otro, nuestros instintos se oponen, obligándonos a vivir aunque estemos sujetos y limitados a nuestro tiesto. A medida que vamos madurando y reflexionando sobre la vida, ya con unos años, descubrimos la vacuidad de la misma, para entonces los instintos ya se han reconvertido hacia la razón que guía ahora nuestros actos, refrenando nuestro crecimiento instintivo (del límite que aceptamos - nosotros mismos impuesto- del tamaño y volumen de nuestro tiesto) y el vuelo de nuestra inspiración (limitado por esa misma razón). Por ello: despertamos al mundo demasiado tarde. Sin embargo, aun en ese momento tardío tendremos consciencia de nuestra libertad, pudiendo ser ahora dueños de una elección que se hace significativa en tanto más nos retrasamos no poniéndola en práctica, pero que “nos hace soportar los días y, más aún las noches", pues no nos sentimos pobres ni oprimidos: disponemos de recursos. Y, aunque no los explotásemos nunca, y acabáramos en la expiración tradicional, hemos tenido un tesoro en nuestros desánimos; pues no hay mayor riqueza que disponer de la propia vida, aun cuando la hubiésemos decidido desaprovechar (por algún tiempo). Nunca es tarde para renacer a nuestra propia vida decía San juan, volviendo a empezar (reconstruidos de aquellas (duras experiencia) que hemos sabido superar.
Pero morir (incluso socialmente, o precisamente por ello) precisa, igualmente de razones. Entendiendo una "salida" de la antigua vida, no como huida, sino más como el producto de una profunda reflexión, y muestra de poder sobre la propia existencia (y contra la voluntad del hegemom). Todos escuchamos y leemos en medios hoy sobre la Eutanasia. Pero Llamémoslo por su nombre: suicidios, asistidos o no. Eutanasia proviene del griego y vendría a significar «buena muerte»: Y, me pregunto, quién no tiene derecho a una buena muerte, cuando viendo hacia donde pueden llegar las cosas, quiere no tener humillarse frente a si mismo, y suplicar luego sí, su propia muerte (literal) mientras se desmorona en pedazos. Esa es la verdadera libertad, y en ella cada uno debería descubrir el momento oportuno para abandonarse a si mismo, según le parezca o no, de acuerdo a su situación personal, sea ésta (su vida actual) digna de ser vivida. Pues no tiene sentido prolongar la agonía de determinada forma de vida, cuando no tiene siquiera sentido para nosotros, esperando que la muerte llegue lenta y dolorosamente por sí sola, es mejor adelantarnos siendo autores de nuestro propio destino. Se trata de una iniciativa por la cual rescatamos una vida (la nuestra en aquel acto) que ya no vale la pena ser vivida. Pero no hay que estar enfermo socialmente para ello. La actitud, por ejemplo, que leemos de Sócrates ante la imposición de unas reglas y normas para el inasumibles, es de absoluta confianza y tranquilidad; no siente ningún temor cuando se enfrenta a actos de injusticia: “no haría concesiones a nadie en contra de lo justo por temor a la muerte. Ser en la muerte (como acto voluntario para poder vivir), antes que no poder uno mismo ser en la vida.
Las injusticias y la discriminación han hecho resurgir la cuestión del suicidio en cada situación de crisis. Mainländer augura que en el futuro la política contribuirá a la renuncia voluntaria a la vida. Se creará un Estado capaz de satisfacer todas las necesidades materiales de los ciudadanos. Con ello, y todos los deseos vitales satisfechos, aumentará el aburrimiento y con ello, el deseo de muerte. Pocas existencias se han mostrado tan coherentes con una idea propia como la del pensador de Offenbach am Main, quien puso fin a sus días tras haber descubierto que el devenir del mundo se encamina hacia la nada (no haciendo él tampoco nada por evitarlo), y dirigiéndose hacia el no ser, en virtud de una pura voluntad de morir, frente a la de solucionar sus problemas y con ello poder ayudar a los demás en lo que él ya veía venir. Precisamente en los países de mayor calidad de vida, es donde dicha voluntad de morir (literalmente) es mayor y en aumento, a la vez que aumenta el distanciamiento entre las personas, y donde basta con mirar a tu alrededor para poder ver el mundo habitado por rutinarios de la desesperación; momias que se aceptan unos a otros, sin más sentido que cumplir una moral y formalidad útil: despertarse, ducharse, desayunar, llevar los niños al cole, ir a trabajar, comprar, consumir, comer, conducir, llegar a su casa, dormir y de nuevo lo mismo un día y otro; hasta que un día (te das un golpe) despiertas y te preguntas si es posible encontrarle un sentido al curso que lleva la propia vida. Luego, las noticias de guerra continuas y los avances de la ciencia no ayudan. Saber si hay vida en Venus o en Marte, si la tierra se encuentra en algún punto de la galaxia o si se ha descubierto un nuevo exoplanetas no responde a búsqueda alguna de sentido. En resumen, parece como si la vida (que hemos aceptado llevar) no se ocupase más que en entretenernos y aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella”, o bien como dice Víctor Hugo: “Estamos todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”. "Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay alguna lógica hasta la muerte?"(Camus 1966) .
Siempre es agradable mentar a Camus, lo siento cercano: un amigo, así es como lo veo y leo. No sé si al principio elegí su libro o él me eligió a mí, en todo caso yo lo elegí luego a él, de lo que me siento agradecido y jamás me arrepentí no dando por perdido aquel tiempo (entre un tiempo y otro tiempo). No sé cuánto aprendí o desaprendí con él, en mi caso cuesta distinguir cuánto puede dejar alguien, de sus escritos y razonamientos en uno mismo, más cuando la consecuencia de ello no es evidente ni inmediata, sino una sinergia progresiva entre la memoria y la razón que en algún momento y por alguna circunstancia se hace perceptible, pudiendo entonces señalarla como consecuencia de.., tal y como me dispongo a mostrar. "Nuestros contemporáneos no son simplemente los escritores de nuestra época, muchos de los cuales ya nunca podremos leer; contemporáneos son los textos que leímos e hicimos nuestros en un momento dado, los que han dejado una huella en nosotros." Michael Wood
Camus ha sido para mí uno de esos escritores que hice mío. Influenciado éste de joven, por los mismos autores que me influenciaron entonces a mí, con casi la misma edad. Intuyo, que desarrollé algún tipo de vínculo con su espíritu: vínculo o cercanía que a otros parece costarles establecer, no por no entender lo que expresa Camus, sino más por entender cómo sentía y pensaba, en tanto: a la influencia que representaba la lectura de "aquellos", a los que pocos siendo tan jóvenes se aprestan a leer. Sobra decir, que siempre he sentido admiración por aquel tipo con su cigarro a medias en la boca tan parecido y, a la vez, tan diferente a mi padre, que saltó como un espontáneo al ruedo de la filosofía, llevado por aquella valentía de no aceptar una existencia irreflexiva: burlándose de él en su día sus detractores y definiéndolo: como un filósofo para jóvenes —creo que los filósofos presocráticos, precisamente, enseñaban a jóvenes: de las cosas que son)—, y que en la actualidad sigue siendo la opinión de no pocos académicos, como no podía ser de otra manera, viniendo de académicos dicha opinión: que ven solo sus propias luces y no la las sombras que las proyectan. Pero y volviendo a lo que íbamos, de cuanto de sus escritos yo pude obtener, una cosa destaca entre todos ellos: “Sísifo” será su sombra (la que me guíe y nos guíe en su propia condena), y de quien le no interesa tanto dicha condena, como lo que Camus nos enseñó por medio lo que ocurre durante una parte de éste castigo (en los infiernos) justo cuando una vez alcanzada la cima con la roca, ésta vuelve a caer y Camus ve: “a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento, cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración, y que vuelve tan seguramente como su desdicha, “es la hora de la conciencia”. En cada uno de los instantes en que abandona la cima y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, (Sísifo advierte) que es superior a su destino. (Él) “Es más fuerte que su roca” – el mito de Sísifo, Camus.
Justo, en ese preciso momento, en esa bajada en silencio con su conciencia, es cuando Sísifo es “superior a su destino, y más fuertes que su roca” somos Sísifo y su Roca (uno solo, y todos juntos, elevándonos sobre nuestro propio abismo, sobre las llamas nos delimitan a un destino. Un momento (tiempo) que todos, incluso en la peor de las situaciones encontraremos reflejándonos en él, como yo me encontré tras mi accidente (casi dos años recuperándome) luego de otras fatalidades; haciendo valer la afirmación de que en “una tragedia no todo momento es tragedia”, y que en ella nuestra conciencia —sea al anochecer, y libres por momentos del dolor físico—actúa, y por ella nos reponemos: sobreponiéndonos a la caída, si no de inmediato (durante al menos un breve periodo de tiempo volveremos a ella: siendo, nosotros a cada paso (en acto de reconocernos de nuestras partes esparcidas) luego recomponiéndonos en ellas→ de todas nuestras partes, más fuertes que trágico nuestro destino. Camus no me enseñó a pensar (yo ya sé pensar/ pues llegue a través de otros a él, dejándome luego guiar y poder a ver esa dimensión que otros todavía no ven, mostrando ese ángulo oculto: el camino (sobre el límite), que nos señalan quienes lo recorrieron antes que nosotros.
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