No sé cuántas veces he escuchado la pregunta: legítima en todo caso, pues
la curiosidad es innata de las personas, como innato en las personas lo es
también, por ser personas, la estupidez: esta última como el infinito, radiante
y en todas direcciones y sin encontrar sus propios límites. Mi pregunta, a
quienes aventuran alguna respuesta compleja a la cuestión, sería: cómo se puede
dar sentido a algo, explicarlo por entero, sin encontrar antes el sentido a
aquello que lo contiene. Pues, cualquier respuesta al contenido, consecuencia,
sin responder antes a la cuestión del continente (aquello que la causa o
contiene) sería una visión particular y sesgada: subjetiva. Sin valor alguno en
términos absolutos, aunque exista siempre quién encuentre valor práctico:
circunstancial y relativo en la respuesta dentro de un ámbito circunscrito:
algo así, como explicar la leche a un niño, sin explicarle, o este entendiese
antes qué es la vaca. Una respuesta en todo caso y justificada únicamente en el
hecho en servir a algún tipo utilitarismo (social), a veces prosaico y ramplón,
propio más de un vendedor de ungüentos que de un investigador o científico. Una
respuesta, en todo caso, que nos hunde y ancla aún más en la oscuridad en la
que vivimos, al invitarnos a no seguir nuestro camino, nuestra búsqueda de una
verdad: la revelación de esta.
«Es una gran
aventura contemplar el universo más allá del hombre, pensar en lo que significa
sin el hombre: como fue durante la mayor parte de su larga historia, y cómo es
en la gran mayoría de lugares, cuando se alcanza finalmente esta opinión , o
visión objetiva, y se aprecia el misterio y la majestad de la materia, volver
entonces el ojo objetivo de nuevo al hombre considerado como materia, ver la
vida como parte del misterio universal de la mayor profundidad, es sentir una
experiencia que rara vez se describe. Por lo general termina en risa, placer en
la futilidad de intentar comprender. Estas opiniones científicas terminan en
asombro y misterio, perdidas en los confines de la incertidumbre, pero parecen
ser tan profundas e que la idea de que todo está dispuesto simplemente como un
escenario para que Dios contemple la lucha del hombre, por el bien y el mal,
parece ser inadecuada y casi absurda.» Richard P. Feynman
(1918-1988)
Entonces, al preguntarnos por el sentido
de la vida, en el universo, deberíamos preguntarnos primero, por el sentido o
razón del universo. Pues Bien ¿tiene algún sentido el universo?
quiero decir: Tiene una razón de ser, más allá de ser (pues si una cosa
sucede en este —siendo consecuencia o causa— en este caso "la
vida", esta será entonces causa primera, que literalmente explicara
la existencia de la cosa que la propicia. (No creemos conocer algo si
antes no hemos establecido en cada caso el «por qué», lo cual significa captar
la causa primera. Aristóteles, Física, II, 3 (Gredos, Madrid 1995,
p. 140)).
Así, a partir de lo evidente
probable: de lo que vemos, sentimos y por nosotros mismos comprobamos y
razonamos, no de lo que sentimos, pensamos o deducimos e
interpretamos a partir de otro tipo de sensaciones o creencias —de las
matemáticas ni las ecuaciones— deducimos, razonando que: Por
supuesto, el universo tiene sentido, de lo contrario no
estaríamos haciéndonos esta pregunta. Así pues, la razón (o razón suficiente)
del universo —o al menos una de sus razones— sería la vida en sí
misma y consecuentemente luego “la consciencia”: prueba de
ello "nosotros": una vida consciente. Resultado
último esta (?), de una materia en evolución a lo largo de miles de millones de
años, dentro de un sistema cambiante, al que llamamos universo. Donde parece
lógico, además, que el universo, ahora consciente (entendemos, o entendamos al
menos en nosotros) —como consecuencia última—y que pretenda luego de
mirarse y observarse con sus propios ojos, explicarse y entenderse
por completo a sí mismo. Y sin embargo, sí, parece ya mucho, pero acaso se
trata de eso tan solo.
Recordemos cuando antes,
muy atrás en el tiempo, en el universo no ocurría nada, era un lugar tranquilo
y sin cambios, hasta que todo cambio dramáticamente y el universo — aquel lugar
donde no ocurría nada relevante— se tornó cambiante. Surgieron luz, átomos,
moléculas, estrellas, planetas, galaxias… evolucionando a todos los niveles,
físicos y químicos hasta que algo ocurre: la homeostasis, donde parte de esa
materia, de ese universo, decide (diríamos hasta que conscientemente) no seguir
el ritmo, y aislarse: surge entonces la membrana: la vida; sin
embargo, uno no puede aislarse completamente del entorno —más aún en ese
entorno de cambios violentos, viéndose obligado a evolucionar— utilizando
entonces su membrana no tanto como aislante, como para estar en contacto
(conectarse, a modo digamos de antena, para la recepción de información útil)
con el resto y poder adaptarse al entorno cambiante: convirtiéndose (por
recepción y añadiendo información) entonces a su sistema experto: un sistema
que consume energía y produce información Una información que difiere de las
demás, pues es una información de un sistema experto, que aprende, (y recibe
información por la misma membrana (antena), y se adapta y diversifica hasta que
una parte de esa vida y del universo es consciente de ese proceso. Se
diría, así, simplificando, que la vida tenía como objetivo esta finalidad; la
consciencia: y que por esta consciencia, yo me lo pueda explicar y
explicar que sea, soy consciente de ello. Entender que me alimento
para sobrevivir de lo externo, que es información, que
luego utilizó para producir información. Que por la membrana, una
especie recibe de otra aquello que otra la puede ayudar, eso entiendo. Que solo…
no soy nada: si no doy, si no recibo.
Así, es la propia pregunta al
cuestionarnos nosotros por el universo, al preguntarse el universo y por sí
mismo (a través de nosotros), la que da sentido a la misma pregunta y al
universo a la vez. Decir vida y universo es por tanto, decir en esencia lo mismo.
Preguntarse por el sentido de lo uno - la vida, es preguntarse igualmente, a la
vez que le damos sentido a lo otro - el universo. ¿Por qué una estrella? ¿Por
qué un planeta? Nadie se pregunta por el sentido de un planeta, tal;
entendemos, es consecuencia de un orden, y de un propósito en el cosmos —orden
y propósito que aún no entendemos del todo— como parte de la evolución de
la materia, la misma que desemboca en la vida y luego medrará hasta, si se dan
las circunstancias favorables, en la consciencia. Y he aquí, donde las
preguntas de nuevo equivocan el sentido en tanto al preguntar, por esta
maravilla llamada “consciencia”.
Mente, consciencia y cosmos
Es posible, según muestran algunos ensayos y experimentos, que la realidad,
o buena parte de ella, no exista: o mejor dicho, no se muestre tal es, si no
está siendo observada. Quizá cuestionada, si no le preguntamos, más allá de
preguntarnos. Por tanto, podría afirmarse que el observador conecta, y afecta a
lo observado, no tanto al observar (pasivamente), sino al preguntarle
directamente a realidad. De modo que: "Cuando se mide el comportamiento de
una partícula por medio de la observación, se está influyendo sobre su estado
natural" pero quizá, al preguntarnos, o preguntar a esa partícula directamente,
esta influya igual y directamente sobre el nuestro. Pero, Ay, de lo que guarde
nuestro corazón entonces, y abierto a quien observamos. (Quid pro quo) hermano.
'algo a cambio de algo' (intercambio de información: la antena, recuerdan) si
afectamos siempre es en dos direcciones: dime qué quieres de mí, y te diré
quién eres. Y Eso hemos estado haciendo, en la física, biología, astronomía…
diciendo al universo quienes somos… y ahora ¿qué?, hermano. Esta idea no es
nueva: en tanto a que el universo es indisociable de la vida mental de los
seres que lo habitan.
Recuerdo un artículo de David J. Chalmers
—uno de los mayores científicos en su campo, al menos entonces 2001— donde se
preguntaba por la consciencia: “La mente consciente, nos dice David J.
Chalmers, nos es, a la vez lo más familiar y lo más misterioso del mundo. Nada
hay que conozcamos de forma más directa y, sin embargo, nada más complicado que
ella”. Parecería así que quisiera entenderla, y de nuevo, nos preguntamos por
la leche, antes que por la vaca, y aquello que la contiene: el universo. Este
es un error muy generalizado en los científicos (los payasos del circo
mundial): cuando la respuesta a su pregunta está respondida desde hace
milenios: la consciencia, más allá de lo que pretendamos que és, existe para
que los seres vivos que la poseen, la utilicen (siendo esta el fruto más
extraordinario de la vida): un poder, una luz que alumbra en esta parte pequeña
del universo, y permite a éste reconocerse a sí mismo, justo cuando la especie
elegida deja de mirar al suelo y dirige su vista a lo profundo, a las
estrellas. Así, la cuestión no debería ser tanto ¿qué es la consciencia?
sino, qué hacer con ella, como darle una utilidad
significativa y positiva. Quizá, en este sentido ayudaría aquella simplicidad de
nuestros antepasados, pongamos hace, 2.000.000 de años, cuando comían la
banana del árbol, sin cuestionarse, por qué estaba ahí, o, por qué el bananero
daba bananas. Ellos, sabían qué hacer con la banana, tenían claro para qué les
servía: la comían, eso bastaba; pero, bastaba no solo para seguir adelante
con sus vidas, sino igualmente sirvió a la especie para evolucionar (y digo
evolucionar, no saciar su curiosidad como una especie sobre otra) como todos
podemos comprobar en nosotros mismos, si es que podemos llamarnos
evolucionados. Por tanto, quizá pueda, en estos tiempos cientificistas
ayudarnos a ver las cosas más claras, la actitud de aquel sencillo homínido:
que sin necesidad de perder el tiempo pensando en lo que es algo (la banana /
la consciencia) daba buen uso a esta, que tiempo habrá y tendremos de
entenderla, si llegamos a ello. Pues, desde que aquel primo lejano cogiese las
bananas del árbol, dándole una correcta utilidad y servicio, parece que nos
hubiésemos atascado, en algún momento, no habiendo aprendido demasiado, algunos
dirían: incluso nada. La metáfora sería, la humanidad murió de hambre
mirando la banana, a punto de averiguar qué era y
cuántos átomos la constituían, sin darle previa utilidad a lo
que servía. Comerla!
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