(3) HOMBRE Y PROBLEMA / Jordi Maqueda

DE LA NATURALEZA /HOMBRE Y PROBLEMA

¿Cuál es el problema? En el momento en que nos preguntamos “cuál es el problema”, no hacemos otra cosa que reconocer la existencia de este en la propia pregunta: “Hay un problema”. Pero la pregunta, no solo prueba la existencia del problema, sino que igualmente no reconoce aquel. Luego si preguntamos a cualquier persona anónima cuál es el problema, con toda seguridad remitirán los propios: problemas que —y todos podemos comprobarlo— nunca terminan sean unos u otros y, que por naturaleza de la propia especie, irremediablemente, se proyectan como una pesadilla metafísica hacia todos los ámbitos de la existencia humana: política, educación, convivencia… Problema, que de forma paradójica, aún con todos avances en tecnología, salud y bienestar social no parecen solucionarse: el problema es antiguo como el hombre; y casi podríamos afirmar, no que el hombre tenga un problema sino que el mismo sea el problema; sumado esto, a que cada época deviene ya concretada por un campo de problematicidad, que es indisociable del campo de la racionalidad, existiendo un permanente desfase entre lo que el hombre es —y como se entiende a sí mismo en cada momento— y lo que luego se exige, y le exige la complejidad real de cada época (necesidad y contingencia). En relación a otras épocas, y generalizando, lo que cambia es el grado de lucidez de las personas, en tanto son capaces de reconocerse (lo que son) y luego de reconocer: todo lo demás.  

En su emancipación (o intento ilustrado de emancipación de la naturaleza) el hombre participa, aun hoy (e implica con ello en su decisión) el destino del mundo que lo circunda y al que “domina” (o cree dominar en su ignorancia). Luego este dominio —o errar de la razón—, sobre la naturaleza incluye, en este caso sí: el dominio igualmente del hombre sobre otros hombres. Todo sujeto (individuo instrumentalizado y funcional dentro de la sociedad) debe tomar parte en el sojuzgamiento (dominio con violencia / negación de la naturaleza (mundo natural). Y a fin de realizar y conseguir esto, debe subyugar a la propia naturaleza igualmente dentro de sí mismo (controlar y someter los propios instintos); algo que solo será posible “al interiorizarlo" en un amor por (el deseo de control y poder), que son los medios (sociales) hacia lo que comúnmente se define como meta: la felicidad del individuo, representada esta en la salud y la riqueza, entendidas estas siempre, en su posibilidad funcional dentro de la sociedad. Siendo igualmente estas las condiciones favorables para la producción: intelectual y o material de unos y otros. Sin embargo: muchas de estas personas “felices” con poder “y con buenos médicos” y “riquezas” son las más inútiles (en el medio natural) y débiles frente a la naturaleza (alergias e intolerancia el calor o a las exigencias físicas en el medio natural: en sierras y montes al sol en verano o bajo la lluvia en invierno) que he podido conocer, y reconocer por un tiempo incluso en mi mismo: (como inútiles en el medio natural / en el que deben ser guiados, y del que de algún modo se les debe proteger). Esto lo entendemos hoy todos cuando vemos cuando al (excursionista / aventurero) le llevan la mochila y le dan de comer;  o que para ver una pinturas rupestres en una sierra a una altura de no más de 550 metros y un desnivel de 200m se tenga que adecuar el acceso, cementándolo (a tipo de vía romana), para que esas personas sanas y felices (tanto jóvenes como de mediana edad) puedan recorrer una cuesta de no más de 15 minutos andando, sin que les dé un joenco, o se partan el culo al resbalar. Pero si queremos un ejemplo más claro de la del hombre civilizado (poderoso, sano y feliz), frente a la naturaleza silvestre y su indefensión al punto, de dirigirse hacia la luz (como una mosca al fluorescente) e incapaz de reconocer las sombras de aquella misma luz, hacia la que se dirige, este es el caso de Michael Rockefeller, desaparecido en las frondosas selvas de la costa sur de Nueva Guinea (al marcharse por su cuenta para estudiar una tribu) y que habría sido devorado por los caníbales, pudiendo formar parte de un ciclo de venganza "ojo por ojo” en un ciclo de represalias iniciado por una patrulla holandesa que asesino a unos indígenas). Caso parecido seria el del turista mordido por una víbora (Bothrops) arborícola, cuando este se acerca a fotografiar una flor llamativa, sin observar lo que le observa unos centímetros más arriba.

Semejante renuncia (a la propia naturaleza de los hombres, por si mismos) no solo nos lleva (consecuencias) a la indefensión y desconocimiento del medio (del que venimos y al que pertenecemos: no tenemos otro), sino que produce a la vez una racionalidad (irracional) respecto a los medios utilizados (cuando el humano es cosificado y utilizado como medio para los fines de otros humanos: esclavo del trabajo, fuerza de trabajo), e irracionalidad igualmente respecto al existir humano (enajenado de aquella su naturaleza y ser (de su lugar): apareciendo como un extraño en sí mismo, irreconocible a la naturaleza y al mundo al que pertenece), pero luego “reconocidos” de la sociedad y sus instituciones de las que llevan su sello (en tanto observamos en los individuos) esta discrepancia (lucha constante entre el ser y el no ser del hombre, como hombre (de alma paleolítica), contra sí mismo (contra el hombre/ producto del neolítico) hoy enfrentado a naturaleza de la que forma parte natural, pero de la que se excluye para después someterla: hacia su propio bienestar).Y cuya consecuencias, de tal despropósito, no es un trascender la naturaleza y menos aún una reconciliación con ella, sino la opresión manifiesta (en una angustia que no reconocemos como tal) de nuestra propia naturaleza (al haber sido despojados de esta), y que se muestra evidente; sobre todo, cuando al salir al campo nos distraemos y despistamos, sintiéndonos “perdidos” en ese lugar al que fuimos a encontrarnos). Recordando las palabras de Ignacio Martínez Mendizábal (Paleontólogo, Doctor en Biología y autor de numerosos artículos en las más prestigiosas revistas científicas del mundo) este vino a decir algo así: lo que la naturaleza ha hecho con nosotros a lo largo de miles de años, ha sido construir un ser dotado de alma paleolítica (mas instintiva), que de pronto se ha visto inmerso en el mundo del neolítico —el mundo de los organigramas (la moral, las leyes, etc...)— donde te enfrentas a lo que no existe (a las ideas y no a las cosas). En definitiva, lo que nos dice Ignacio, es que somos un alma paleolítica que vive, cuando no sobrevive, en el nuevo mundo neolítico, y que abandonando su sistema anterior, hoy sólo sabe comunicarse a través de símbolos formalizados (pero) que le son insuficientes, necesitando más códigos y canales (quizá aquellos de antaño). Y lo que es más grave: no advirtiendo la inmensa riqueza informacional (latente) existente en el medio ambiente, en las contradicciones, en el ruido, en los antagonismos que se buscan... ignorando el privilegio que supondría esta nueva comunicación formalizada, llevada de otra forma: digamos a la manera antigua; siendo incapaz de encontrar aquella música de fondo, capaz de acompasar la vida de otro modo: más paleolítico (natural) y menos crítico y añejo.

La expresión (escrita o hablada) se ha convertido igualmente en un instrumento usado por técnicos al servicio de la industria. Quien pretenda (escribir) ser escritor (o locutor) puede inscribirse en determinado colegio y aprender las numerosas combinaciones que pueden ser elaboradas de acuerdo con una lista de Posibilidades permitidas (de expresión). Antaño la aspiración del arte, la literatura y la filosofía consistía en expresar el sentido de las cosas y de la vida, en ser la voz de todo lo que es mudo, en prestar a la naturaleza un órgano para comunicar sus padecimientos o, como podríamos decir, en dar a la realidad su verdadero nombre.  Sin embargo, en la edad de la razón formalizada se ha aniquilado la relación entre el hombre y la naturaleza que se ve privada de su lenguaje hacia las personas (por medio de nuestra consciencia de esta) y de las cosas (seres) que son frente a nosotros y podemos reconocer. De un lado, naturaleza se ha visto desprovista de todo sentido o valor interno para nosotros. No perdemos nuestro tiempo útil en visitarla y admirarla / le destinamos el tiempo que nos sobra, y las más de las veces para destrozarla. Por el otro, al hombre le quitaron todas las metas salvo la de auto conservación. El hombre intenta convertir todo lo que está a su alcance en un medio para ese fin (incluso a la misma naturaleza). Y, en medio de todo este desconcierto, cuando el hombre aún no ha salido por completo de las sombras ya quiere dominar la materia (sin entender la luz) con un escaso conocimiento y sentido de la propia realidad, pretendiendo acceder a esa otra, que no solo no percibimos, sino ignorando las consecuencias finales, de pretender de entrar a ésta a martillazos (CERN).

Por supuesto, existe una resistencia a causa de esta opresión. Pero Toda palabra, sentencia o acto que tenga otras implicaciones que la pragmática resulta sospechosa. Cuando a un hombre se le sugiere que admire una cosa, que respete un sentimiento o una actitud, que ame a una persona, animal o planta por ella misma, esto se le hace sospechoso de sentimentalismo y teme que pueden burlarse de él o tratar de venderle algo. Durante su larga historia el hombre ha alcanzado a veces un grado tal de libertad respecto a la presión inmediata de la naturaleza, que pudo ponerse a reflexionar sobre la naturaleza y la realidad, sin hacer con ello planes directos o indirectos para su auto conservación. Estas formas relativamente independientes del pensar que Aristóteles describe como contemplación, se cultivaban sobre todo en la filosofía. Entonces La filosofía aspiraba a una intelección que no había de servir a cálculos utilitarios, sino que debía estimular la comprensión de la naturaleza en sí y para sí. (...)

Pero hoy la indiferencia frente a la naturaleza constituye solo una variante de la actitud pragmática, que es típica de la civilización occidental en su totalidad, donde las formas son diferentes. El primitivo cazador de nutrias norteamericano veía en las llanuras o en las montañas únicamente la perspectiva de una buena caza; el hombre de negocios moderno ve en el paisaje una oportunidad favorable para la colocación de letreros de propaganda de cigarrillos, y los animales son considerados en este caso simplemente como obstáculo de tránsito. Esta representación del hombre como amo se remonta hasta los primeros capítulos del Génesis. Los pocos mandamientos que se encuentran en la Biblia en favor de los animales han sido interpretados por los pensadores religiosos más eminentes, como Pablo, Tomás de Aquino y Lutero, pero de modo tal que únicamente afectan la educación moral del hombre y no se refieren en absoluto a alguna obligación del hombre para con las demás criaturasSólo el alma del hombre puede salvarse; los animales únicamente tienen el derecho de sufrir. (...). En la metafísica tradicional (y teología) la naturaleza se concebía, en un sentido amplio como lo malo, y lo espiritual o lo sobrenatural como lo bueno.

En el darwinismo popular, lo bueno es lo (reconocido) bien adaptado y el valor de aquello a lo cual el organismo se adapta no se discute o se lo mide únicamente según la pauta de una adaptación subsiguiente. Luego, esto extrapolado se traduce en la sociedad: Estar bien adaptado “al medio” equivale sin embargo a estar en condiciones de poder enfrentarlo con éxito, de dominar las fuerzas que rodean a uno (tal como está implícita incluso en la enseñanza sobre las diversas formas de la vida orgánica, comprendido el hombresignifica en la práctica a menudo adherirse al principio del dominio constante y extremo del hombre sobre la naturaleza.

Luego considerar a la razón como un organismo natural (emancipado y adaptado) y reconocernos “racionales” no significa despojarla de la tendencia al dominio, ni le presta tampoco mayores posibilidades de reconciliarse con la naturaleza: pero como anticipaba krisnamurty, estar adaptado, siendo educado, estando considerado en una sociedad como la nuestra: enferma —con toda su miseria, brutalidad y conflictos— formando parte ella es, igualmente, estar enfermo. Pero además, es estar predispuesto a abandonarse por completo a su aviesa moral los unos y, sometidos a sus políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse en servir; servir de un modo u otro al renovado Leviatán —el mismo que nos obliga y desangra— sea a través de consumismo, la dilapidación y codicia; o bien, ardiendo en la condenación de la servidumbre: esclavizados los unos por los otros, y lentamente consumidos, día tras otro por burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras, de crédito y, por todo aquello que en sí mismo consiente, se arrastra y presta alimentando, la falacia que perpetúa la angustia de esta terrible infamia. Crisis dicen: no hay crisis, sino en la conciencia, cuando esta ya no puede aceptar unas normas, aquellas mismas que en el pasado le dieron contingencia, y que únicamente sirven a los impulsos materiales de las personas: a intereses individuales que se tornarán siempre en contra de los otros —un problema que surge con los deseos y la naturaleza misma del hombre— generando así este conflicto, eterno, únicamente en el fin de acumular poder y riquezas. Una falacia dentro de otra falacia es... "una verdad". Luego, imponer esa verdad que está, sustentada en una falacia que está, dentro de otra es... "una infamia" 

Las doctrinas que exaltan la naturaleza o el primitivismo a costa del espíritu, no favorecen la reconciliación con la naturaleza; por el contrario, expresan enfáticamente frialdad y ceguera frente a la naturaleza. Cada vez que hace deliberadamente de la naturaleza su principio, el hombre cumple una regresión hacia instintos primitivos. Los niños son crueles en sus reacciones miméticas, porque no comprenden realmente los sufrimientos de la naturaleza. Casi como los animales, se tratan a menudo mutuamente con frialdad y despreocupación, y sabemos que incluso las bestias gregarias se aíslan cuando están juntas, aunque el aislamiento individual puede comprobarse con mucha mayor frecuencia entre animales que no conviven y en grupos de animales de diversa especie. Sin embargo, todo esto ofrece hasta cierto punto un aspecto de inocencia. Los animales no piensan racionalmente y, en cierto sentido, tampoco los niños. Pero cuando los filósofos y los políticos renuncian a la razón, al capitular ante la realidad se produce una forma mucho más grave de regresión, que culmina en forma inevitable en una confusión entre verdad filosófica y auto conservación despiadada y guerra.

Para bien y para mal (afirma hockenheimer) somos los herederos de la Ilustración (y del progreso técnico: el era alemán). Bien, yo renuncio a mi herencia (caso de tenerla) de la ilustración alemana y a al absurdo idealismo de Kant (y a su filosofía mediante ideas, a favor de una filosofía de la realidad: observando y viviendo la realidad y reaccionando a esta por la propia experiencia). Observar la naturaleza, respetarla, no es una regresión a etapas primitivas de la humanidad, sin embargo, reconsiderar la ilustración es un paliativo (que no soluciona y más nos retrasa) frente a crisis permanente que han provocado la razón iluminista. El único modo de socorrer a la naturaleza no consiste en liberar de sus cadenas a su aparente adversario (es reconocernos nosotros de esa misma naturaleza a la que sometemos y aniquilamos).


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