DE LA NATURALEZA /HOMBRE Y PROBLEMA
¿Cuál es el problema? En el momento en que nos
preguntamos “cuál es el problema”, no hacemos otra cosa que reconocer la
existencia de este en la propia pregunta: “Hay un problema”. Pero la pregunta,
no solo prueba la existencia del problema, sino que igualmente no reconoce
aquel. Luego si preguntamos a cualquier persona anónima cuál es el problema,
con toda seguridad remitirán los propios: problemas que —y todos podemos
comprobarlo— nunca terminan sean unos u otros y, que por naturaleza de la
propia especie, irremediablemente, se proyectan como una pesadilla metafísica
hacia todos los ámbitos de la existencia humana: política,
educación, convivencia… Problema, que de forma paradójica, aún con
todos avances en tecnología, salud y bienestar social no parecen solucionarse: el
problema es antiguo como el hombre; y casi podríamos afirmar, no que el hombre
tenga un problema sino que el mismo sea el problema; sumado esto,
a que cada época deviene ya concretada por un
campo de problematicidad, que es indisociable del campo de la racionalidad,
existiendo un permanente desfase entre lo que el hombre es —y como se entiende
a sí mismo en cada momento— y lo que luego se exige, y le exige la complejidad
real de cada época (necesidad y contingencia). En relación a otras épocas, y
generalizando, lo que cambia es el grado de lucidez de las personas,
en tanto son capaces de reconocerse (lo que son) y luego de reconocer: todo lo
demás.
En su emancipación (o intento ilustrado de
emancipación de la naturaleza) el hombre participa, aun hoy (e implica con ello
en su decisión) el destino del mundo que lo circunda y al que “domina” (o cree
dominar en su ignorancia). Luego este dominio —o errar de la razón—, sobre la
naturaleza incluye, en este caso sí: el dominio igualmente del hombre sobre
otros hombres. Todo sujeto (individuo instrumentalizado y funcional dentro de
la sociedad) debe tomar parte en el sojuzgamiento (dominio con violencia / negación de la
naturaleza (mundo natural). Y a fin de realizar y conseguir esto, debe subyugar
a la propia naturaleza igualmente dentro de sí mismo (controlar y someter los
propios instintos); algo que solo será posible “al interiorizarlo" en un
amor por (el deseo de control y poder), que son los medios (sociales) hacia lo
que comúnmente se define como meta: la felicidad del
individuo, representada esta en la salud y la riqueza, entendidas
estas siempre, en su posibilidad funcional dentro de la sociedad. Siendo
igualmente estas las condiciones favorables para la producción: intelectual y o
material de unos y otros. Sin embargo: muchas de estas personas “felices” con
poder “y con buenos médicos” y “riquezas” son las más inútiles (en el medio
natural) y débiles frente a la naturaleza (alergias e intolerancia
el calor o a las exigencias físicas en el medio natural: en sierras y montes al
sol en verano o bajo la lluvia en invierno) que he podido
conocer, y reconocer por un tiempo incluso en mi mismo: (como
inútiles en el medio natural / en el que deben ser guiados, y del que de algún
modo se les debe proteger). Esto lo entendemos hoy todos cuando vemos cuando al
(excursionista / aventurero) le llevan la mochila y le dan de comer; o
que para ver una pinturas rupestres en una sierra a una altura de no más de 550
metros y un desnivel de 200m se tenga que adecuar el acceso, cementándolo (a
tipo de vía romana), para que esas personas sanas y felices (tanto jóvenes como
de mediana edad) puedan recorrer una cuesta de no más de 15 minutos andando,
sin que les dé un joenco, o se partan el culo al resbalar. Pero si queremos un
ejemplo más claro de la del hombre civilizado (poderoso, sano y feliz), frente
a la naturaleza silvestre y su indefensión al punto, de dirigirse hacia la luz
(como una mosca al fluorescente) e incapaz de reconocer las sombras de aquella
misma luz, hacia la que se dirige, este es el caso de Michael Rockefeller,
desaparecido en las frondosas selvas de la costa sur de Nueva Guinea (al
marcharse por su cuenta para estudiar una tribu) y que habría sido devorado por
los caníbales, pudiendo formar parte de un ciclo de venganza "ojo por ojo”
en un ciclo de represalias iniciado por una patrulla holandesa que asesino a
unos indígenas). Caso parecido seria el del turista mordido por una víbora
(Bothrops) arborícola, cuando este se acerca a fotografiar una flor llamativa,
sin observar lo que le observa unos centímetros más arriba.
Semejante renuncia (a la propia naturaleza de los
hombres, por si mismos) no solo nos lleva (consecuencias) a la indefensión y
desconocimiento del medio (del que venimos y al que pertenecemos: no tenemos
otro), sino que produce a la vez una racionalidad (irracional) respecto a los
medios utilizados (cuando el humano es cosificado y utilizado como medio para
los fines de otros humanos: esclavo del trabajo, fuerza de trabajo),
e irracionalidad igualmente respecto al existir humano (enajenado de aquella su
naturaleza y ser (de su lugar): apareciendo como un extraño en sí mismo,
irreconocible a la naturaleza y al mundo al que pertenece), pero luego
“reconocidos” de la sociedad y sus instituciones de las que llevan
su sello (en tanto observamos en los individuos) esta discrepancia (lucha
constante entre el ser y el no ser del hombre, como hombre (de alma
paleolítica), contra sí mismo (contra el hombre/ producto del neolítico) hoy
enfrentado a naturaleza de la que forma parte natural, pero de la que se
excluye para después someterla: hacia su propio bienestar).Y cuya
consecuencias, de tal despropósito, no es un trascender la naturaleza y menos
aún una reconciliación con ella, sino la opresión manifiesta (en una
angustia que no reconocemos como tal) de nuestra propia naturaleza (al haber
sido despojados de esta), y que se muestra evidente; sobre todo, cuando al
salir al campo nos distraemos y despistamos, sintiéndonos “perdidos” en ese
lugar al que fuimos a encontrarnos). Recordando las palabras de
Ignacio Martínez Mendizábal (Paleontólogo, Doctor en Biología y autor de
numerosos artículos en las más prestigiosas revistas científicas del mundo)
este vino a decir algo así: lo que la naturaleza ha hecho con nosotros a lo
largo de miles de años, ha sido construir un ser dotado de alma paleolítica
(mas instintiva), que de pronto se ha visto inmerso en el mundo del neolítico
—el mundo de los organigramas (la moral, las leyes, etc...)— donde
te enfrentas a lo que no existe (a las ideas y no a las cosas). En definitiva, lo que nos dice Ignacio, es que somos un
alma paleolítica que vive, cuando no sobrevive, en el nuevo mundo neolítico, y
que abandonando su sistema anterior, hoy sólo sabe comunicarse a través de
símbolos formalizados (pero) que le son insuficientes, necesitando más códigos
y canales (quizá aquellos de antaño). Y lo que es más grave: no advirtiendo la
inmensa riqueza informacional (latente) existente en el medio ambiente, en las
contradicciones, en el ruido, en los antagonismos que se buscan... ignorando el
privilegio que supondría esta nueva comunicación formalizada, llevada de otra
forma: digamos a la manera antigua; siendo incapaz de encontrar aquella música
de fondo, capaz de acompasar la vida de otro modo: más paleolítico (natural) y
menos crítico y añejo.
La expresión (escrita o hablada) se ha convertido
igualmente en un instrumento usado por técnicos al servicio de la industria.
Quien pretenda (escribir) ser escritor (o locutor) puede inscribirse en
determinado colegio y aprender las numerosas combinaciones que pueden ser
elaboradas de acuerdo con una lista de Posibilidades permitidas (de
expresión). Antaño la aspiración del arte, la literatura y la
filosofía consistía en expresar el sentido de las cosas y de la vida, en ser la
voz de todo lo que es mudo, en prestar a la naturaleza un órgano para comunicar
sus padecimientos o, como podríamos decir, en dar a la realidad su verdadero
nombre. Sin embargo, en la edad de la razón formalizada se
ha aniquilado la relación entre el hombre y la naturaleza que se ve privada de
su lenguaje hacia las personas (por medio de nuestra consciencia de esta) y de
las cosas (seres) que son frente a nosotros y podemos reconocer. De un
lado, naturaleza se ha visto desprovista de todo sentido o valor interno para
nosotros. No perdemos nuestro tiempo útil en visitarla y admirarla / le
destinamos el tiempo que nos sobra, y las más de las veces para destrozarla.
Por el otro, al hombre le quitaron todas las metas salvo la de auto
conservación. El hombre intenta convertir todo lo que está a su alcance en un
medio para ese fin (incluso a la misma naturaleza). Y, en medio de todo este desconcierto, cuando el hombre
aún no ha salido por completo de las sombras ya quiere dominar la materia (sin
entender la luz) con un escaso conocimiento y sentido de la propia realidad,
pretendiendo acceder a esa otra, que no solo no percibimos, sino ignorando las
consecuencias finales, de pretender de entrar a ésta a martillazos (CERN).
Por supuesto, existe una resistencia a causa de esta
opresión. Pero Toda palabra, sentencia o acto que tenga otras implicaciones que
la pragmática resulta sospechosa. Cuando a un hombre se le sugiere que admire
una cosa, que respete un sentimiento o una actitud, que ame a una persona,
animal o planta por ella misma, esto se le hace sospechoso de sentimentalismo y
teme que pueden burlarse de él o tratar de venderle algo. Durante su larga
historia el hombre ha alcanzado a veces un grado tal de libertad respecto a la
presión inmediata de la naturaleza, que pudo ponerse a reflexionar sobre la
naturaleza y la realidad, sin hacer con ello planes directos o indirectos para
su auto conservación. Estas formas relativamente independientes del pensar que
Aristóteles describe como contemplación, se cultivaban sobre todo en la
filosofía. Entonces La filosofía aspiraba a una intelección que no
había de servir a cálculos utilitarios, sino que debía estimular la comprensión
de la naturaleza en sí y para sí. (...)
Pero hoy la indiferencia frente a la naturaleza
constituye solo una variante de la actitud pragmática, que es típica de la
civilización occidental en su totalidad, donde las formas son diferentes. El
primitivo cazador de nutrias norteamericano veía en las llanuras o en las
montañas únicamente la perspectiva de una buena caza; el hombre de negocios
moderno ve en el paisaje una oportunidad favorable para la colocación de
letreros de propaganda de cigarrillos, y los animales son considerados en este
caso simplemente como obstáculo de tránsito. Esta representación del hombre
como amo se remonta hasta los primeros capítulos del Génesis. Los pocos
mandamientos que se encuentran en la Biblia en favor de los animales han sido
interpretados por los pensadores religiosos más eminentes, como Pablo, Tomás de
Aquino y Lutero, pero de modo tal que únicamente afectan la educación moral
del hombre y no se refieren en absoluto a alguna obligación del
hombre para con las demás criaturas. Sólo el alma del hombre
puede salvarse; los animales únicamente tienen el derecho de sufrir. (...).
En la metafísica tradicional (y teología) la naturaleza se concebía, en un
sentido amplio como lo malo, y lo espiritual o lo sobrenatural como lo bueno.
En el darwinismo popular, lo bueno es lo (reconocido)
bien adaptado y el valor de aquello a lo cual el organismo se adapta no se
discute o se lo mide únicamente según la pauta de una adaptación subsiguiente. Luego, esto extrapolado se traduce
en la sociedad: Estar bien adaptado “al medio” equivale sin embargo a
estar en condiciones de poder enfrentarlo con éxito, de dominar las fuerzas que
rodean a uno (tal como está
implícita incluso en la enseñanza sobre las diversas formas de la vida
orgánica, comprendido el hombre- significa en la
práctica a menudo adherirse al principio del dominio constante y extremo del
hombre sobre la naturaleza.
Luego considerar a la razón como un organismo natural
(emancipado y adaptado) y reconocernos “racionales” no significa despojarla de
la tendencia al dominio, ni le presta tampoco mayores posibilidades de
reconciliarse con la naturaleza: pero como anticipaba krisnamurty, estar
adaptado, siendo educado, estando considerado en una sociedad como la nuestra:
enferma —con toda su miseria, brutalidad y conflictos— formando parte ella es,
igualmente, estar enfermo. Pero además, es estar predispuesto a
abandonarse por completo a su aviesa moral los unos y, sometidos a sus
políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse en servir; servir de un
modo u otro al renovado Leviatán —el mismo que nos obliga y desangra— sea a
través de consumismo, la dilapidación y codicia; o bien, ardiendo en la
condenación de la servidumbre: esclavizados los unos por los otros, y
lentamente consumidos, día tras otro por burócratas, banqueros, políticos,
jueces, agencias gubernamentales, calificadoras, de crédito y, por todo aquello
que en sí mismo consiente, se arrastra y presta alimentando, la falacia que
perpetúa la angustia de esta terrible infamia. Crisis dicen: no hay crisis,
sino en la conciencia, cuando esta ya no puede aceptar unas normas, aquellas
mismas que en el pasado le dieron contingencia, y que únicamente sirven a los
impulsos materiales de las personas: a intereses individuales que se
tornarán siempre en contra de los otros —un problema que surge con
los deseos y la naturaleza misma del hombre— generando así este conflicto,
eterno, únicamente en el fin de acumular poder y riquezas. Una falacia
dentro de otra falacia es... "una verdad". Luego, imponer esa verdad
que está, sustentada en una falacia que está, dentro de otra es... "una
infamia"
Las doctrinas que exaltan la naturaleza o el
primitivismo a costa del espíritu, no favorecen la reconciliación con la
naturaleza; por el contrario, expresan enfáticamente frialdad y ceguera frente
a la naturaleza. Cada vez que hace deliberadamente de la naturaleza su
principio, el hombre cumple una regresión hacia instintos primitivos. Los
niños son crueles en sus reacciones miméticas, porque no
comprenden realmente los sufrimientos de la naturaleza. Casi como los
animales, se tratan a menudo mutuamente con frialdad y despreocupación, y
sabemos que incluso las bestias gregarias se aíslan cuando están juntas, aunque
el aislamiento individual puede comprobarse con mucha mayor frecuencia entre
animales que no conviven y en grupos de animales de diversa especie. Sin
embargo, todo esto ofrece hasta cierto punto un aspecto de inocencia. Los
animales no piensan racionalmente y, en cierto sentido, tampoco los niños. Pero
cuando los filósofos y los políticos renuncian a la razón, al capitular ante la
realidad se produce una forma mucho más grave de regresión, que culmina en
forma inevitable en una confusión entre verdad filosófica y auto conservación
despiadada y guerra.
Para bien y para mal (afirma hockenheimer) somos los
herederos de la Ilustración (y del progreso técnico: el era alemán).
Bien, yo renuncio a mi herencia (caso de tenerla) de la ilustración alemana y a
al absurdo idealismo de Kant (y a su filosofía mediante ideas, a favor de una
filosofía de la realidad: observando y viviendo la realidad y reaccionando a
esta por la propia experiencia). Observar la naturaleza, respetarla, no es una
regresión a etapas primitivas de la humanidad, sin embargo, reconsiderar la
ilustración es un paliativo (que no soluciona y más nos retrasa) frente a
crisis permanente que han provocado la razón iluminista. El único modo de
socorrer a la naturaleza no consiste en liberar de sus cadenas a su aparente
adversario (es reconocernos nosotros de esa misma naturaleza a la que sometemos
y aniquilamos).
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