Cuando hablamos de “paradigma”, lo hacemos
refiriéndonos a un modelo —o patrón— dado en cualquier disciplina científica, u
otro contexto cognoscitivo o epistemológico.[Podemos entender un paradigma “científico”
como la conceptualización que se alcanza sobre la manera en que se observa el
mundo y que es compartida por los miembros de la comunidad científica a la que
le provee de modelos aceptables con los cuales puede afrontar la solución de
problemas de la ciencia (Kuhn, 1988; Najmanovich, 1992)]. Hablamos
por tanto de toda una constelación de conceptos, valores y técnicas compartidos
por una comunidad, en este caso científica, y utilizados por ésta para definir
problemas y soluciones. Luego, Explicar y
entender las cosas, dentro de un determinado paradigma, determina la explicación
de estas en tanto a ese paradigma (científico/ social/ filosófico) existente.
Nuestras vidas se rigen, al igual que la
sociedad y el mundo en el que vivimos, por unos determinados paradigmas, que
van cumpliendo su función, hasta que en algún momento se ven superados bien,
por nuevos avances o descubrimientos (también revoluciones) haciéndolos
inservibles, entiéndase: son útiles hasta que son incapaces de dar soluciones o
respuestas a determinadas preguntas o esas respuestas están superadas por la misma
experiencia de la realidad: como es mi caso. Es entonces cuando se precisa, o
provoca un cambio de paradigma.
Si observamos la ciencia, tal y como la conocemos y entendemos actualmente,
generalizando, esta se ha basado en el denominado paradigma (newtoniano –
mecanicista) durante los últimos siglos, surgido este a partir de la separación
de la realidad: entre el mundo material y mundo inmaterial por parte
de R. Descarte, (entendamos aquí la razón: consistente en hallar medios para lograr
los objetivos propuestos en cada caso). [Podría afirmarse que hasta el siglo XVI de
nuestra era, casi todas las culturas del mundo, incluida las europeas, tenían
una visión orgánica del universo. Eso
quiere decir que vivían, salvo excepciones, en una relación simbiótica con la
naturaleza y el cosmos. A lo largo de los siglos XVI y XVII esta forma de ser y
estar en el mundo sufrió un cambio radical en Europa ( la razón iluminista).
Esta cosmovisión orgánica es reemplazada por una concepción articulada y que se
expresó a través de una metáfora maquinal, que terminó por convertirse en el
emblema de la edad moderna. Ahora bien, es preciso percatarse que esta
evolución fue el resultado de cambios radicales en la cosmología: en la ciencia
y la tecnología] pero sobre todo en ese concepto de razón, que se ve
alterado.
El hecho de percibir —y de aceptar dentro
de sí— ideas eternas que sirvieran al hombre como metas era llamado, desde
hacía mucho tiempo, razón. Hoy, sin embargo, se considera que la tarea, e
incluso la verdadera esencia de la razón
consiste en hallar los medios y lograr los
objetivos propuestos en cada caso. Luego los objetivos que, una vez
alcanzados, no se convierten ellos mismos en medios son considerados como
supersticiones. Y Si bien la obediencia a Dios había servido siempre como medio
para conquistar sus favores, y por otra parte como racionalización (justificar las acciones (generalmente las del propio sujeto) los iluministas, tanto teístas como
ateístas, interpretaron los Mandamientos, a partir de Hobbes, como principios
morales socialmente útiles, destinados a fomentar una vida en lo posible libre
de tensiones, un trato pacífico entre iguales, y el respeto del orden existente. Liberada de connotaciones teológicas, la
sentencia “sé razonable” equivale a
decir: observa las reglas, sin las cuales no pueden vivir ni el individuo ni el
todo, no pienses sólo en cosas del momento.
Luego con la aparición en el mundo
material de las leyes matemáticas y de la mecánica por parte de Newton: ya
no hemos vuelto a necesitar jamás de ningún mundo inmaterial (ni aquellas ideas
eternas), pues las respuestas a todas nuestras preguntas se podían
encontrar, de un modo u otro, a partir de múltiples teorías y fórmulas (ideas):
La razón se realiza a sí misma cuando
niega su propia condición absoluta —razón con un sentido enfático— y se
considera como mero instrumento. No es que no existan intentos serios de avalar
teóricamente la afirmación de la verdad racional. A partir de Descartes grandes
corrientes de la Nueva Filosofía aspiraron a una componenda entre teología y
ciencia. “La facultad de ideas intelectuales (la razón)” desempeñaba el papel
de mediadora. (“Lo
divino de nuestra alma consiste en su capacidad para concebir ideas”, leemos en los escritos póstumos de Kant.)
Semejante fe en la ratio autónoma fue denunciada por Nietzsche como síntoma
de atraso, pues “según instintos valorativos alemanes Locke y Hume eran de por
sí... demasiado lúcidos, demasiado claros”. Kant fue para Nietzsche un
“demorador” un atraso, pues: “La razón
no es más que un instrumento y Descartes fue superficial”. Sin embargo: a lo largo del siglo XIX
la ciencia evolucionó en el marco de tal paradigma newtoniano-cartesiano
consolidándose así el modelo positivista. Si bien, al mismo tiempo, comienzan
las primeras manifestaciones de sus carencias y límites (muchos de ellos
solapado por intereses); pero más allá de esas mismas carencias y límites, iba
a surgir un problema derivado, endémico, y aún mayor; pues este paradigma —que
ahora entendemos nocivo— entendía, y entiende el mundo y la naturaleza como un
gran almacén o despensa (en tanto a recursos naturales) del cual podemos
disponer, a voluntad, explotándolos tanto como necesitemos o apetezca sin
preocuparnos, y mucho menos pensar en las consecuencias a medio y largo plazo
de dicha actividad expoliadora. Gracias a ese pensamiento chato y miope, e
igualmente materialista, hoy en día nos “beneficiamos” de una explotación
descontrolada de recursos y personas (sometidas a una educción dirigida a la
producción), de consecuencias catastróficas, y cuyos daños son incalculables:
no sabemos todavía si irreparables.
Como en el caso
de otros fenómenos culturales atacados por la decadencia, el siglo XX repitió
el proceso histórico. En 1900, año de la muerte de Nietzsche, aparecen las
Logische Untersuchungen (Investigaciones lógicas), de Husserl, con el propósito
de fundamentar una vez más, con rigor científico, la percepción del ente
espiritual, la contemplación de lo esencial. Desde sus comienzos, este esfuerzo lleva el signo de lo restaurativo.
La autodisolución de la razón en cuanto substancia espiritual obedece a una
necesidad interior. La teoría debe hoy reflejar y expresar el proceso, la
tendencia socialmente condicionada hacia el neo-positivismo, hacia la
instrumentalización del pensamiento, como asimismo los vanos intentos de
salvación. Precisamente, esa misma sociedad industrial (positivista –
cientificista), sostiene todavía aquella visión arcaica, propia de
aquella mentalidad obtusa, aplanada y especuladora, en relación con el
mundo que nos acoge (y el universo al que pertenecemos y formamos parte),
y que dio origen al actual sistema, tan cruel como nocivo bajo el cual se
encuentran las sociedades occidentales (que ahora dan su relevo, mostrando el
camino a las nuevas potencias emergentes de Asia) desarrollando estas un
neocapitalismo-adaptado extremo: igualmente destructivo y nocivo—o mayor aún
dada su densidad de población (china, india) y ausencia de medios de protección
ecológicos— donde el objetivo no es otro que ( tomar los medios, hacia aquellos
fines que son medios en sí mismos: acaparar, acumular riquezas y demostrar que
se posee, se procesa, se produce y se consume más y con mayor velocidad:
velocidad esta, proporcional a la destrucción del medioambiente. Lo que da
lugar, potencialmente, en el caso de china por ejemplo, a una expansión
territorial clandestina y amenazante, en busca nuevos recursos a costa de otros
estados, así como paralelamente a una carrera y producción armamentística
feroz, de consecuencias finales difíciles de precisar.
Luego y a un nivel individual: cada
persona, en esta situación de estrés productivo desemboca en una pérdida de
buena parte de las facultades individuales (mentales), así como en un
menosprecio hacia la reflexión y el pensamiento o los potenciales propios de sí
mismo, luego distraídos y pendientes siempre de que las modas, los famosos, la
televisión o los anuncios nos apunten los medios hacia qué debemos hacer para
ser “felices”, siendo capaces de anular aquellas ideas que sirvieran al hombre como metas, para adoptar luego las
ideas ( como deseos propuestos de unos pocos hacia todos de unos pocos, y que nos
serán impuestos (de manera subliminal) por aquellos mismos a los que admiramos
o, simplemente, al aceptarnos ( reconocernos) de un modo distinto al que verdaderamente
somos, por aquel que deseamos ser 8 y ser reconocido), solo por no quedar fuera
del ente social. Pagando por ello un precio desorbitado, no solo en lo
económico, sino igualmente en relación a nuestra salud mental y el medio
ambiente.
Y si bien es cierto, que la situación
actual —social y política— a la luz del cambio de un nuevo paradigma científico
que se ha venido operando en el último siglo XX en las ciencias físicas
(cuántica, por poner solo un ejemplo), habiendo este dado emergencia a una
percepción e interpretación de una nueva realidad muy diferente a la que estaba
en boga en los siglos XVIII y XIX (a lo largo de los cuales se gestó y se
desarrolló el sistema todavía —recordémoslo— y formalmente: aún vigente);
resultaría, que este nuevo paradigma emergente (en el que ahora estaríamos
envueltos) parecería (no): sino que “es realmente insuficiente” para muchos de
nosotros a la vista, cuando observamos que ya viene viciado (o
instrumentalizado) no penetrando la emergencia de una nueva realidad (deseada
por todos) científico/social y reorganizada de base, sino que viene, y esto han
de entenderlo: pretendiendo adaptar esa nueva realidad o (modelo nuevo de paradigma),
al sistema (modelo) social y político (arcaico) y todavía existente: gestado,
desarrollado y derivado directamente del paradigma anterior; y recordemos
de nuevo: que formalmente aún vigente. Lo diré de otro
modo: esa nueva realidad (cuántica) que pretendemos entender, penetrando ya
nuestras vidas desde todos los ámbitos de la ciencia y la sociedad desde hace
unas décadas ha propiciado: la adaptación del modelo político liberal
capitalista a esta, pero no así de las personas. Potenciando
ahora, y todavía más si cabe, nuestra dependencia del modelo anterior y arcaico
instrumentalizado, ahora renovado (pero
no distinto: leamos la escuela de Frankfurt y la razón
instrumental) alejándonos casi definitivamente de una posible
independencia de este modelo arcaico, y por lo tanto de una vida autentica (con
la naturaleza y el mundo) convirtiéndonos en siervos permanentes 24/7 del mismo
( o razón subjetiva). Todavía hay quien espera (sentado) la salvación del cielo
(cuando la batalla ya se está librando), y el reino del padre ya está aquí,
solo que no lo vieron venir, del mismo modo que no se percataron de lo que siempre
había estado: en mi casa (y en toda España), aunque estén en silencio, mandan las
madres.
II
La humanidad está viviendo acontecimientos
y descubrimientos, que ponen en cuestión nuestra perspectiva tradicional de la
realidad, así como nuestros conocimientos en relación con esta. Las múltiples
corrientes de pensamiento que, junto a otros desarrollos de la ciencia actual,
se sumergen en espacios extraordinariamente desafiantes, desde la comprensión
de la evolución y la naturaleza misma del universo, hasta la exploración de
partículas subatómicas, pasando por la teoría de cuerdas que aspira una “teoría
del todo” muestran la emergencia de un verdaderamente “nuevo” paradigma
holístico, sistémico y auto-organizativo. Lo que de alguna manera viene a
insinuar, el trance igualmente de prepararnos y preparar nuestras mentes —como
especie— y nuestra capacidad de análisis, para responder adecuadamente los
nuevos desafíos (y experiencia propias) que nos serán propuestos en el futuro.
Sin embargo, entiendo que ya no se trataría, en esta ocasión solo de aceptar,
una vez más, un cambio de paradigma (dirigido), como ha ocurrido en otras
ocasiones, sino más de cambiar y de manera drástica, incluso, nuestra forma de
pensar en torno a la realidad: el mundo, el universo e incluso, o sobre todo de
Dios, pues lo revelado, tanto individualmente, pero igualmente a través de las
ciencias físicas (la cuántica) pone de vuelta y media aquella que percibimos
por nuestros sentidos, acercándonos, (ya, al menos a algunos) a un mundo
insólito y desconocido hasta ahora: un mundo y una realidad a la que
verdaderamente pertenecemos, pero que nuestros sentidos todavía (por
una incapacidad -mental- manifiesta y subjetiva / estrangulada por unas
creencias arcaicas —de dominio: pero el temor y terror—, que someten la
consciencia) no pueden reconocer.
Los fenómenos cuánticos, la influencia de
la mente en nuestros cuerpos, la misma naturaleza de la conciencia, o la
relación entre mente y cuerpo o nuestra relación con la luz, son algunas de las
cosas que rompen con el paradigma que nos rige actualmente y con el que se
pretende que pueda sustituirlo: bajo el nombre “Teoría de complejidad” o
ciencias de la complejidad, y que ha generado en los últimos años una
cantidad significativa de investigaciones y producciones científicas hoy en
pleno desarrollo, pero que comprobamos como sirve únicamente para abarcar una
pequeña parte de esa realidad: aquella apta para ser reconocida y medida
(reconocida, entiéndase, por las ciencias e instrumentos muy al límite de
nuestro intelecto, pues aquello que representa y quiere decir,
supera en órdenes de magnitud nuestra capacidad de entenderlo en tanto a qué
significa realmente). Lo que dicho de otro modo, es algo así, como que
no estamos suficientemente preparados: evolucionados, para asomarnos a esa
realidad y entenderla por si solos tal y como es físicamente, ni tampoco
nuestra física parece suficiente hercúlea para penetrar sus misterios, y menos
aún para pretender manipularla; como de manera tan ignorante hacemos, a riesgo
luego de lo que por nuestra ignorancia pueda acontecer: situación esta,
alarmante para una especie que dice aspirar en un futuro a las estrellas.
LA NECESIDAD DEL NUEVO HOMBRE
Huelga decir que no se trata de algo que
se vaya a suceder-solucionar en una o dos generaciones, pues de lo que hablo —y
se propone aquí— es de un cambio radical y de fondo, por el que cualquier
enfoque científico y social al respecto debería complementarse de
base con otros: con la búsqueda y desarrollo de potencias aún no
probadas del intelecto (el entendimiento) y los sentidos; y hablo, aquí y
ahora, de un nuevo ser humano capaz de asomarse (quién
sabe si tomado de la mano) a esa nueva realidad (verdad) evolucionando a ella,
y entenderla no solo a través de instrumentos, sino y sobre todo, por medio de
sus propios sentidos: experiencia (y consciencia). Evitando juicios de razón (llevando a cabo
ideas), en tanto aquellas consecuencias, que de nuestros actos irracionales y
egoístas, luego se devienen.
La cuestión, por tanto, sería ahora
preguntarnos cuánto falta para el advenimiento de ese nuevo ser:
más respetuoso, que sustituya la arcaica conciencia moral por una conciencia
más integrada a aquello que pertenece, y sin pensar que aquello le pertenece.
Un nuevo humano que entienda que no hay un exterior de lo existente, ni una
piel que le separe del este exterior, sino una piel que le conecta a él y a
todo lo demás. Donde esa razón ecológica — hoy tan necesaria por el modo de
proceder de las personas —sea ya innecesaria, gracias a una nueva conciencia
integrada y que por fin entienda, que "como un inmortal poder, todas las
cosas cercanas y lejanas, ocultamente están ligadas entre sí, de modo que no
puedes arrancar una flor, sin perturbar a las estrellas" (F. Thompson). Y
sin embargo, pienso: ¿Cómo lo haremos? Y luego, yo mismo me respondo: si
quizá... ya esté todo ocurriendo.
Luego en relación con la importancia y
necesidad de cambio de paradigma dada una nueva realidad, esta se entiende al
observar que pasaría, si la naturaleza, las estrellas y todo el universo — en
lugar de entender ese todo como algo inerte, tal y como hasta ahora pensamos y
entendemos— fuese un todo, no diré orgánico, por cuanto conlleva la expresión,
pero consciente y conectado entre sí, y del que formamos parte integrada,
aunque algunos se empeñen en mantenernos separados; y donde nuestra mente y
consciencia jugasen un papel más allá del que hasta ahora entendemos y
percibimos: donde nuestro trato con la luz (y el
espacio) sea distinto, siendo más que la luz y por lo tanto
radicalmente distinto, a como hasta ahora hemos percibido y entendido,
relacionándonos con ella (no especularé). ¿Cómo sería esta nueva realidad?,
¿cómo veríamos el mundo y la realidad, las estrellas y el mismo universo? lo
cierto es que me sobrepasa, lo reconozco, pero y a la vez reconozco, sobrepasado
que sencillamente, esta nueva realidad se instauraría...
HACIA UNA NUEVA ERA
Las disciplinas científicas emergentes: la
física cuántica, y las neurociencias nos llevan hoy a pensar, que aquel
paradigma donde nuestra mente — a través de la luz—interacciona con la materia
sería mucho más idóneo para poder explicar aquellos mismos fenómenos
emergentes. En relación con este auténtico y nuevo paradigma posible Del todo,
y que considera algo como un todo: sería aquel (neo paradigma) que tomaría
dentro de un enfoque transversal un conjunto de conceptos que de manera
holística, identifiquen fenómenos particulares y subjetivos (incluso no
probados empíricamente) de interés para una disciplina concreta (la física, por
ejemplo) que, sin embargo, la ciencia aceptaría como potencia, así como las
proposiciones que afirman las relaciones entre estos fenómenos, incorporando
para ello aportes de aquellos modelos (paradigmas) más relevantes, y abriendo
nuevos espacios para acceder, asomándose, a un nuevo conocimiento-experiencia a
través de aquellas situaciones, que igualmente permitan explorar las diferentes
variables posibles, así como hallar las pruebas de los mismos en el comportamiento
de algunos individuos.
PERSPECTIVAS CÓSMICAS
Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará
a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque
estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar una materia
tan vasta... Por lo tanto este conocimiento sólo se podrá desarrollar a lo
largo de sucesivas edades. Llegará una época en la que nuestros descendientes
se asombraron de que ignoramos cosas que para ellos son tan claras... Muchos
son los descubrimientos reservados para las épocas futuras, cuando se haya
borrado el recuerdo de nosotros. Nuestro universo sería una cosa muy limitada
si no ofreciera a cada época algo que investigar... La naturaleza no revela sus
misterios de una vez para siempre. Séneca, Cuestiones naturales, Libro 7, siglo
primero
Actualmente, sobre todo en el último
siglo, las personas hemos descubierto un método eficaz y elegante de explicarnos
a nosotros (esto no es comprender) con más acierto universo y aquello que
acontece en él: un método llamado ciencia, método, pero, que como otras formas
anteriormente no solo da una explicación sesgada, sino que también mantienen
entre sus filas Brujos y Papas; pues, ni siquiera la ciencia está a salvaguarda
del factor humano (los intereses propios y personales / y de la razón subjetiva),
a la hora de interpretar sus observaciones y resultados. Sin embargo, esta
nueva ciencia nos ha revelado por sus métodos, cosas hasta ahora inimaginables:
un vasto universo tan antiguo y violento, donde, en perspectiva, los asuntos
humanos parecen ridículos y de escaso interés.
Con los años, y los siglos, el hombre se
ha ido alejando cada vez más de la naturaleza y el Cosmos, hasta parecernos
este último: el Cosmos, algo remoto y sin consecuencias para nuestras
preocupaciones diarias. Pero esa ciencia —la misma que a unos los aleja de la
naturaleza y la realidad manteniéndolos pegados a las pantallas de los móviles
hacia meta universos— nos ha descubierto, no solo que el universo tiene una
magnitud que inspira vértigo, éxtasis e incluso terror y que hay, todavía más
allá de lo que vemos: sino, que igualmente, nosotros formamos parte de este en
un sentido real y profundo; que, no solo nacimos y evolucionamos en él, si no,
que el futuro y destino de la especie depende, estando íntimamente ligado a
este (por la consciencia): estando, incluso los acontecimientos humanos más
básicos y las cosas más triviales en apariencia, conectados íntimamente con el
universo y sus orígenes.
Es primordial, por tanto, para nuestra
subsistencia y supervivencia, que comprendamos este universo por los medios
dados, y no siempre tomados a nuestro alcance, y que hoy, no solo son Ciencia
& Razón; y, sin olvidar que la ciencia, en esencia, solo aporta datos e
información de la observación o experimento, siendo, luego y en definitiva la
razón —subjetiva, e íntimamente ligada a nuestro grado de evolución y
consciencia actual de la realidad— la que interpretará los datos, casi siempre,
cayendo del lado de los interesas propios (razón subjetiva) por falta de una razón
objetiva que vele por esos objetivos universales de la humanidad (mas allá del
individuo) como especie. Que todo aquello que obtengamos y reduzcamos a certeza
hoy, no será más que una verdad relativa —cuando no sesgada— de una realidad
que no alcanzamos a ver ni entender por completo: certezas, que
mañana (debido a una mayor autoconsciencia) serán derrumbadas como un castillo
de naipes, por otras más acertadas, en la medida que vayamos adquiriendo, con
el tiempo y, por medio de la evolución de la consciencia/ no de la ciencia o la
tecnología, nuevos grados mayores, precisamente de conciencia. Y es a partir de
este mismo momento, y sea cual fuere el camino que tomemos en el futuro,
nuestro destino estará ligado indisolublemente a nuestra capacidad de discernir
y admitir —más allá de nuestras certezas— nuestra propia ignorancia, nuestro
desconocimiento en tanto a esa realidad hoy inalcanzable en absolutos a nuestra
razón, que nos disponemos a descubrir, recorriendo esta paso a paso. "Lo
conocido es finito, lo desconocido infinito; desde el punto de vista
intelectual estamos en una pequeña isla en medio de un océano ¡limitable de
inexplicabilidad. Nuestra tarea, en cada generación es recuperar algo más de
tierra". T. H. HUXLEY, 1887
SOBRE EL CONOCIMIENTO
El ser humano lleva toda su existencia
sobre la Tierra huyendo de la ignorancia. Una ignorancia que le hace sentir
ignorante de su propio ser y destino. Abriéndose una fisura, creando una
tensión permanente, entre ese hombre que busca el saber de las cosas, y lo
desconocido, que a decir verdad, es casi todo. El hombre trata, en un esfuerzo
vano de acercarse a lo desconocido, busca saber de las cosas, entenderlas,
reduciendo así los límites de su ignorancia. Para ello, a lo largo de la
historia ha utilizado, desde mitos, leyendas y dioses, hasta símbolos y,
últimamente a través de la ciencia: fórmulas, tesis, hipótesis, modelos y
esquemas. Nos cabe preguntarnos ahora —en tercera persona— ¿Qué le empuja a
ello? Como si no fuese con nosotros el problema. Es más, precisamente en
nosotros encontramos ya algunas respuestas, acerca de ese profundo
malestar: un malestar que no le permite ser feliz, ni siendo
ignorante.
Es un hecho innegable: que comprender la
razón de las cosas, aunque sea de forma vaga, y por nuestros propios medios o
posibilidades — en tanto a como estas “cosas” o “entes” a nosotros se nos
representan y las entendemos— ha llevado a dotarnos de valiosos mecanismos, por
los cuales, comprobamos, se premia al individuo con emociones agradables,
recompensando, en este ese entendimiento; e, igualmente, castigando con
malestar la ignorancia y rencor al ignorante. Pues, es más fácil para el
individuo vivir a la luz del mundo y en el conocimiento de las cosas, que
hacerlo a la sombra de esa realidad y su oscurantismo. Sin embargo, para ello,
para salvar esa distancia entre nosotros y el desconocimiento: de no saber casi
nada de lo que somos y lo que nos rodea; (nosotros) el hombre, ha tratado
desesperadamente de crear certidumbres que, aunque muchas veces falsas,
pudieran servir de soporte virtual a su vida. Certidumbres estas, que periódicamente
a lo largo de la historia has sido ridiculizadas, señalando a los defensores de
aquellas “certezas”: de la centralidad de la Tierra, de la aparición
“espontánea” de la inteligencia, la superioridad de la raza, e incluso de una
visión mecanicista de la realidad… y, aun así, frente al riesgo a hacer de
nuevo el ridículo frente a sus semejantes, el hombre: las personas,
siguen apostando por tener certidumbres. No obstante, y aunque se rodeen esas
certidumbres de misterio, ritos o sacralidad, religiosa o científica, la
realidad y el paso del tiempo, oportunamente y de forma impasible, se ocupa de
poner en cuestión todo supuesto conocimiento: “nuestra vida vive siempre
de una interpretación del universo y que, en consecuencia, toda crisis supone
desprenderse de esa ubre que amamanta nuestra vida” —Ortega y G.
palabras muy expresivas del propio ortega, que invitan a disponernos a aceptar
otra perspectiva vital, y a ver en consecuencia otras cosas ateniéndonos a
ellas. Pues la Ciencia no es gradual y acumulativa, lineal; sino que viene en
ocasiones a ser arrollada por una serie de grandes cambios; cambios, a veces
drásticos de "paradigma".
I
Las grandes revoluciones o grandes
cambios, decía P Davis, tienden a asociarse con las grandes reestructuraciones
de las perspectivas humanas (Davis, por supuesto, refería revoluciones
tecnológicas y científicas). Copérnico, Darwin o el mismo Einstein son ejemplo
de ello: nada de lo que argumentaron aquellos genios estuvo fuera del
entendimiento de sus semejantes, que a poco de formación académica —aunque no
estuviesen familiarizados con los estudios— entendieron, sino de forma
compleja, si de forma general lo que aquellos genios con sus ideas les querían
decir —no tanto quizá quiso citar las ecuaciones en el caso de Einstein—. Y
ello es debido a que las personas, por ejemplo, en occidente, todas compartimos
—aunque habrá excepciones— no solo la cultura, la capacidad intelectual y la
formación, sino igualmente la percepción (los sentidos) y, por tanto,
igualmente compartimos nuestra representación del mundo material. Razón por la
cual, el razonamiento de cualquier persona formada intelectualmente, es capaz de
acceder a los pensamientos y representaciones de aquellos singulares
científicos, entendiendo —al menos generalmente—qué nos querían decir.
Sin embargo, durante el primer cuarto del
siglo pasado, y prácticamente a la vez que Einstein desarrollaba su teoría de
la relatividad y relatividad general —a vez que una nueva física que permitiría
un mejor entendimiento del macrocosmos— de otro lado y casi al mismo tiempo, se
desarrollaba otro nuevo concepto de la física revolucionario, un concepto que
vendría a reformular los aspectos básicos de la realidad, enfocándose esta de
un modo nuevo, distinto e inesperado, más próximo al misticismo que al
materialismo. Hoy todos, aunque sea de un modo simple, creemos entender
aquello que es la realidad: todos tenemos una idea de ella. Sin
embargo, y no se asombren: la teoría cuántica (probada y demostrada
en muchos de sus aspectos) está fuera de todo entendimiento y razonamiento al
común de los mortales, siendo accesible solo a muy pocas personas. Ni
siquiera aquellos con amplia formación científica en otros campos, y que
pretenden afirmar entenderla, tiene luego ni siquiera una idea de lo que
aquellas ecuaciones representan, implican o proponen. Pues hablamos de una
realidad de Alicia en el país de las maravillas cuanto
menos, y ajena por completo a nuestros sentidos (y, por tanto), hablamos de una
realidad a la que no tenemos acceso (y, por tanto) que ni entendemos ni
comprendemos por más vueltas que le demos, o explicaciones que nos
vendan: en esencia su sentido está oculto ( incluso a los que lo
observan), pues precisamente nuestros sentidos y percepción del mundo y
la realidad, primero, y después nuestra capacidad de intelecto, e inteligencia
y percepción no están a la altura que se precisa para acceder a esa realidad,
en tanto refiero: entenderla. Y Tanto es así, que los físicos que
trabajan en ella, en sus ecuaciones, la aceptan dentro de sus laboratorios,
pero la rechazan fuera de ellos: en su vida cotidiana y mientras
están con sus familias y amigos. No hablan siquiera de ella, más allá de las
paredes y pizarras de sus laboratorios, teorizando sobre sus consecuencias en
la realidad... y hacen bien, créanme, pues los tomaríamos por locos: más locos
incluso que a aquellos que dicen ver marcianitos verdes sobre tapacubos de 5m
de diámetros. De hecho, no creeríamos nada de lo que nos dijesen en relación
con las implicaciones que tienen en la realidad dichas ecuaciones, por
cierto correctas, y tanto es así, que incluso Einstein, primero
bastante incrédulo y rechazándola (recordemos aquella frase: dios no juega a
los dados) terminó después por aceptarla. Pero de esta nueva aventura
física y aceleradores de partículas, un filósofo (perdón) o mejor digamos un
pensador cualquiera, que levante la cabeza de sus propia cosas e intereses, y
no importa si ajeno a esta nueva física o familiarizado amplia o vagamente con
ella, y sus ecuaciones, de inmediato advierte un problema o, lo que podríamos
llamar: el problema.
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